POR: José Rodríguez Iturbe
Envejecer, dijo Goethe, es “apartarse poco a poco de las apariencias”. Quizá por eso quienes ya tenemos cierta edad entendemos que la nefasta dictadura que oprime a la Patria hace más de dos décadas, ha consumido más del tiempo de una generación. Estamos presenciando el reino de la mentira. Y faltan voces con la fortaleza de la honestidad. Como decía Cicerón, la verdad se corrompe tanto por la mentira como por el silencio. La tiranía está empeñada en hacer creer, por vía de sus voceros y de quienes complacientemente se les unen como coros de ocasión, que la situación de Venezuela está mejorando. Nada más lejano de la realidad. Un repentino y adornado economicismo pretende tapar con un dedo lo que el sol muestra a todos: estructura criminal, violación sistemática de derechos humanos, destrucción institucional, anomia política. Un régimen en el cual la yunta de pobreza, corrupción y delito se refleja en una hemorragia migratoria forzada de casi siete millones de conciudadanos, la más grande de América Latina y una de las mayores del mundo
La superficie ideológica del actual panorama parece un gran plato de mediocridad adocenada. Tal es el horizonte que se ofrece a la vista en el mar de los sargazos del colaboracionismo y la cohabitación.
Pero, sin embargo, la tragedia está allí. Sigue estando allí. Ante nuestros ojos. Ante los ojos de todos. Ante quienes la perciben, la reconocen, la valoran críticamente y buscan, a veces con trepidación, el modo de acabarla; y, también ante quienes la ignoran, o fingen ignorarla (porque esa ignorancia es imposible, por su extensión en el tiempo, y por su lacerante dimensión humana).
Pero la tónica general de las supuestas élites es el intento absurdo de marcar su existencia con la etiqueta de la ausencia. Actúan como si estuvieran en otro mundo, pero siguen estando allí, en el ojo del huracán. La actitud de evitar cuidadosamente la referencia a la realidad, a la aniquilada y aniquilante realidad en que vivimos, pareciera haberse convertido en el disfraz de los pícaros.
Algunos supuestos analistas de opinión, convirtiendo en pseudo ciencia su adulación al régimen, siempre parecen dispuestos a cubrir con hojas de parra de aparente seriedad metódica las situaciones más lamentables. Son ellos quienes señalan, con aires de pontífices, que las más saludables rutas para la construcción del porvenir están en ver las cosas con los lentes viciados del poder.
Estamos, sin duda, en una de las horas más tristes. La situación es difícil, por no decir desesperada. Resultan islas, polinesias dispersas, las personas con afán de verdad, vocación de servicio, solidez cultural, capacidad crítica y voluntad patriótica, dispuestas a asumir la responsabilidad de intentar abrir un camino, una senda, una brecha, en nuestra intrincada jungla de indiferencia nihilista.
La élite de la Patria vieja era una poco numerosa comunidad de selectos, caracterizada por el pluralismo de sus ideas, con una resaltante combinación de aptitudes morales e intelectuales. En cambio, la mediocre alianza de mercaderes de vuelo bajo, que pone de manifiesto la decadencia de la disuelta sociedad actual, es la expresión del poco éxito, por no decir del fracaso, del materialismo ramplón que exhibe sin vergüenza su alergia al humanismo y a las humanidades.
Vivimos inmersos en una vorágine dirigida por irresponsables y semi-bárbaros, regidos por el impulso acelerado y continuado de destrucción del país. No hay deseo de excelencia. No hay, tampoco, posibilidad de que la excelencia surja de las retortas del crimen hecho poder. Por sus obras los conoceréis. Y la obra de aniquilación sistemática durante casi un cuarto de siglo está a la vista. Estos miserables han destrozado el cuerpo de la Patria y le han enfermado el alma. El extendido desdén por los principios y la alergia al compromiso existencial con la verdad no pueden producir otros frutos sino aquellos de la amarga cosecha de la destrucción institucional que ha generado una monstruosa pobreza socioeconómica y espiritual.
Es falso que exista progreso material en esta Venezuela salvajemente empobrecida. Y la destrucción sistemática de la vida cultural y espiritual por una turba de haraganes iletrados, alentados por quienes se jactan de su omnipotencia política, produce el panorama más desolador que jamás hayamos visto en nuestra tierra.
Aniquilan incluso los símbolos y emblemas históricos. Inventan y pretenden imponer otros nuevos, con alarde descarado de ignorancia y de mala fe.
Se nos muestra una obscena comodidad por parte de quienes, guiados por un supuesto realismo pragmático, no se plantean, ni teórica ni prácticamente, el cuestionamiento del desorden establecido, para decirlo con léxico de Mounier. Ellos reflejan que cuando no se vive como se cree se termina creyendo como se vive.
Pero a pesar de todas las circunstancias adversas, hay que procurar que el grano haga granero. La construcción de la polis paralela, de la cual hablaron Vaclav Havel y Vaclav Benda en el mundo heroico de la disidencia checa frente al comunismo, no puede esperar a que la libertad cultural, espiritual y política aparezca como dádiva de quienes tienen actualmente en sus manos las llaves destructivas del desgobierno. La polis paralela será un espacio necesario de creación, a pesar de ellos y contra ellos. Surgirá al margen de quienes pretenden secuestrar la condición de liderazgo político, mientras ceden a los cantos de sirena del colaboracionismo y la cohabitación. La polis paralela no será expresión de antipoliticismo, sino de recuperación de la dignidad perdida del compromiso político militante.
El poder de los sin poder debe ser lectura y relectura de todos aquellos que piensen que resulta obligatorio e impostergable el compromiso militante, ineludible, para contribuir a la crítica de este presente inicuo, de esta pobreza inhumana, atendiendo en cambio a la construcción del mañana posible de libertad y justicia.
Los valores del humanismo son la antítesis de los seudo-criterios de la barbarie generadora de la pobreza general, en todos los órdenes, que viven los venezolanos.
Solo con afán de rectitud moral y de apetito intelectual será posible el parto de una nueva promoción humana en la cual una renacida esperanza inspire y comprometa a la lucha por la libertad y la justicia.