Marcos Villasmil 

Marcos Villasmil es editor de América 2.1 y miembro del Consejo Editor de Encuentro Humanista

 

“El poder sin autoridad es tiranía”

Jacques Maritain

 

Ni uno ni otro.

Al igual que en el resto de América Latina -y por razones ciertamente obvias- los ciudadanos venezolanos están profundamente desencantandos ante un liderazgo partidista que ha convertido la oposición a la dictadura en un inmenso hoyo negro. En ese sentido, aquí ofrecemos nuestra  contribución sobre cuál pudiera ser el perfil del líder, ese campeón defensor de la república democrática y todo lo que ello implica, partiendo del obvio reconocimiento de que no es probable que todas las características a mencionar se encarnen en un solo ser humano. Superman no existe, al menos no en la política. 

Nos imaginamos la sonrisa en la cara de algún lector de estas líneas, pensando algo así como «pero bueno, ¿no se dan cuenta de que una parte importante del material del que ha sido hecho, por más de doscientos años, el liderazgo civil y militar, privado y público, de estas repúblicas incompletas,  está forjado en fraguas especializadas en producir salvadores de la patria, mesías, demagogos y oportunistas?« 

Lo anterior da que pensar especialmente cuando vemos la indetenible ola de escándalos de corrupción que está protagonizando la llamada izquierda latinoamericana, la mayor parte “socialista del siglo XXI o amiga y cómplice de ella. Allí está a la vista de todos el llamado Grupo de Puebla, con los casos del español Zapatero, López Obrador en México, el actual gobierno de Kirchner-Fernández en Argentina; Arce y Morales en Bolivia; la pareja Ortega en Nicaragua; y el peligro que ha representado y representará Petro o alguien similar en Colombia. Lugar predominante posee la pareja Hugo Chávez y Nicolás Maduro, con el ejemplo de destrucción más completa, en lo material y ético, de una sociedad latinoamericana contemporánea. Pero los decanos en esa materia, por antigüedad, son los hermanos Castro en Cuba y su heredero impuesto a dedo, Miguel Díaz-Canel.

Venezuela tiene por desgracia una larga historia de opositores divididos. A buena parte de la actual dirigencia partidista opositora criolla le caben las palabras de Rómulo Betancourt sobre la unidad de la izquierda venezolana en 1936: “son un menestrón político-confusionista”.

Compartimos el hecho de que pedir la perfección en política, y en sus hacedores, no es realista (como en casi todos los oficios humanos, estemos claros). Sus acciones se ven afectadas íntimamente por la condición humana, con sus altas y bajas, sus egoísmos y ambiciones, sus logros, sus heroicidades, sus altruismos, sus traiciones -que en política, es decir, el espacio del debate sobre lo público, se muestran y demuestran en toda su obviedad-. Y porque sus decisiones frecuentemente nos afectan  a todos. Que su odontólogo le haga o no un buen tratamiento de conductos queda entre usted y él. Pero si un presidente decide establecer un control de cambio, o romper relaciones con un país, nos afecta a todos. 

Hacemos referencia en estas líneas a un deber ser. Y en nuestra accidentada historia venezolana sí ha habido seres humanos  que han tomado decisiones que merecen el mayor de los respetos y el más agradecido de los recuerdos. Hacia su ejemplo debemos apuntar, evitando las arenas movedizas del cinismo y el pesimismo crónicos. 

Entremos entonces en materia.

En asuntos electorales está de moda afirmar la necesidad de construir una “narrativa convincente”, que logre un lazo emocional con las masas de votantes, y les motive a votar por él y a creer en sus ofertas. En general la parte fácil es criticar al gobierno; la difícil es qué ofrecer a cambio que no se parezca a los horrores del presente, que no ofrezca simplemente «cohabitar con el tirano». Con contenido sustantivo y valorativo, no simplemente una lista de promesas materiales.

Un logro –y no pequeño, por cierto- es que nuestro líder sea un portaestandarte de la unidad nacional, de un país en el cual el gobierno esté al servicio de todos y no sólo de parcelas amigas. Unidad en la diversidad y en el pluralismo, al contrario de la pregonada por los sátrapas del socialismo del siglo XXI, la de los cementerios totalitarios. Unidad y pluralismo que son siempre parte fundamental del mensaje humanista cristiano.

UNA LISTA DE CUALIDADES DESEABLES:

A continuación, una lista de algunas características que en nuestra opinión podrían considerarse a la hora de dibujar el perfil de un líder democrático y civilista, tomando en cuenta que, a pesar de los pesares, el vigor juvenil, por sí solo, no garantiza nada:

Jacques-Maritain

–Portar, compartir y difundir un Ideal Histórico según la concepción que Jacques Maritain nos ha dejado de esta idea. Es decir, en esencia, un nuevo liderazgo venezolano debe hacer suyo un proyecto integral de transformación democrática del orden social. Así, ese Ideal no es otra cosa que una imagen futura que designa el tipo particular, el tipo específico de civilización a que tiende una determinada edad histórica (Maritain: Humanismo Integral). Es decir, el Ideal Histórico provee al líder en ascenso de una razón sustantiva por la cual luchar, por la cual entregar lo mejor de sí mismo, su propia vida si cabe la expresión, en la consecución de esa noble causa.

 

Ser un demócrata en su formación, en la palabra y en la acción: Partiendo de dicho Ideal Histórico, ofrecer una visión de país y una filosofía de la gestión gubernamental que sean fácil y pedagógicamente explicables a todos los ciudadanos. Ser un respetuoso de las leyes, y un gran reconciliador de medios y fines. Un político promotor de la meritocracia y negador por ello del nepotismo. Capaz de engranar y asociar en su mensaje los grandes temas de la ciudadanía política –la libertad, el pluralismo, la división de poderes, el respeto a la opinión contraria- con las demandas de la urgente cotidianidad. Se busca un líder que desee construir una nueva legitimidad que vaya más allá de los votos y que sepa alcanzar el terreno medio entre lo que los votantes quieren oír y lo que necesitan oír.

¡Que sepa de economía! (y que le dé la importancia que se merece).

– El liderazgo efectivo siempre residirá en el “misterio del carácter”. Poseer la voluntad y el arrojo que la situación amerite. Ser un político de doctrina y un político de intuición. Frente a la tantas veces mencionada frase de que “la política es el arte de lo posible”, tememos que eso no será suficiente para salir adelante. Hay que lograr, como decía Arístides Calvani, “hacer posible lo deseable.”

Poseer, por tanto, una sana y realista voluntad de compromiso y de negociación; nada de arrebatos caudillistas. El líder democrático dirige, de entrada, mediante la persuasión y el diálogo, no la amenaza y la imposición, “aceptando sin rencores una decisión distinta” (Eisenhower).

Como afirmara David Brooks en su columna del New York Times: «La política es el proceso de tomar decisiones en medio de opiniones diversas. Implica conversación, prudente deliberación, autodisciplina, la capacidad de escuchar otros puntos de vista y balancear ideas e intereses válidos pero opuestos. (…)  En su obra maestra “Política como vocación”, Max Weber afirma que las cualidades preeminentes de un político son la pasión, la responsabilidad y un sentido de la proporción. Un político necesita un cálido fervor para impulsar la acción, pero asimismo un tranquilo sentido de responsabilidad y de ponderación para tomar decisiones cuidadosas en un paisaje complejo.

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-Ser empático, no solamente simpático. ¿Cuál es la diferencia? Un ejemplo brillante de lo que significa la personalidad empática lo dio una dama inglesa, de la época victoriana, quien tuvo la posibilidad de conversar con los dos estadistas más prominentes de entonces: William Gladstone (liberal) y Benjamin Disraeli (conservador). Cuando se le preguntó la impresión que le habían causado ambos, ella respondió: “Cuando salí del comedor tras sentarme al lado del señor Gladstone, pensé que era el hombre más inteligente de Inglaterra. Pero después de sentarme junto al señor Disraeli, pensé que yo era la mujer más inteligente de Inglaterra.”

Que conozca y reconozca al adversario no demócrata, que no lo subestime. Y que se atreva a confrontarlo, que no le rinda cotidiana pleitesía (como suced en el pasado con buena parte del liderazgo ¿democrático? latinoamericano, cada vez que se encontraba con Fidel Castro.)

– Que sea un campeón en la defensa de la responsabilidad social de la propiedad, patrocinando con claridad la legítima propiedad privada que incorpora este planteamiento como su eje central. En consecuencia, la propiedad privada ha de extenderse a la mayor cantidad posible de ciudadanos, y debe impulsarse sabiamente para que su justa y equitativa distribución potencie las relaciones humanas, económicas, sociales y políticas.

-Un tema vinculado a lo anterior: un líder democrático en América Latina debe tener como objetivo prioritario la derrota de la pobreza, por vía del triunfo de la solidaridad entre personas unidas en torno a la búsqueda del bien común así como de la generación de riqueza, y enfrentando las visiones populistas y el paternalismo estatal.

-Ante los abusos del socialismo del siglo XXI contra la privacidad y la vida cotidiana ciudadana necesitamos un líder que no intente prescribir cómo deben vivir los ciudadanos, que tenga una clara y muy subsidiaria conciencia de los límites de la acción estatal.

-De acuerdo con lo anterior, que asuma que el Estado, agente activo de la prosperidad común y el orden público (“parte del cuerpo político especializada en los intereses del todo”, en palabras de Maritain), debe estar dotado del poder suficiente para suscitar con éxito una política adecuada de desarrollo económico, de desarrollo social, de modernización, de equidad en la distribución del ingreso y de la riqueza, de seguridad social, de educación, de salud, de vivienda, de mercado regulado y eficiente, de servicios públicos, de transformación tecnológica y de condiciones de trabajo. No se trata de construir un estado burocratizado, amorfo y sobre-extendido, que quiera decirle al ciudadano todo el tiempo qué puede hacer, sino una estructura estratégicamente especializada y activa, que preserve la gobernabilidad democrática y se integre armónicamente en el Estado de derecho, teniendo como su contrapeso el principio de subsidiariedad, lo que equivale a decir que el Estado deberá hacer fundamentalmente sólo aquello que no pueda ejecutar la sociedad civil. En palabras de John Maynard Keynes: «Lo importante no es que el gobierno haga cosas que los individuos ya están haciendo y que las haga un poco mejor o un poco peor, sino que haga las cosas que ahora no está haciendo nadie».

–Que posea una audaz, pero realista, visión del futuro: “La misión de un verdadero líder es llevar a su sociedad desde donde está hacia donde nunca ha estado” (Henry Kissinger).

En estos tiempos escasean los líderes sinceros. La sinceridad es lo opuesto a la hipocresía, al automatismo y a la rutina. La sinceridad genera una resistencia contra la rutinización de la conducta y la apoteosis de esa infinita estupidez llamada “lo políticamente correcto.”

Se requiere un dirigente profundamente insatisfecho consigo mismo, con lo que ha aportado y lo que podría aportar. Que no le baste su única mirada. Que sepa poner límites a su vanidad, y a las incesantes adulaciones de los que lo acompañarán en las tareas de gobierno. Consciente del necesario aprendizaje que aportan la historia y la experiencia. No necesitamos un ser humano cómodamente instalado en su “zona de confort,” creyendo que se las sabe todas. En buena parte de su historia Venezuela ha sido un cementerio de liderazgos fallidos –no sólo en política, por cierto- de liderazgos que no se han atrevido lo suficiente, que fallaron intelectual o empíricamente.

Se desea un “outlier”, un fuera de serie que razone de manera muy heterodoxa, innovadora, creativa e imaginativa. Alguien a quien le atraiga no el país que siempre ha sido, sino el que podría ser.

 Necesitamos un líder que no piense con bastón o con muletas. Nos interesa alguien que, de entrada, evite las excusas, las afirmaciones sobre lo que no se puede hacer; un líder que muestra un rostro pesimista desde el comienzo es incapaz de generar la necesaria movilización emocional y empática de las mayorías ciudadanas.

Un conductor en verdad democrático al momento de entrar al palacio de gobierno debe dejar su enemistad y sus rencores en la puerta. Se buscan presidentes que estén alertas para conducir los conflictos entre las ambiciones y las obligaciones de los actores institucionales.

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-No deseamos un “líder-fotocopia». Los líderes exitosos del pasado, pertenecen al pasado, y debemos aprender de sus logros y considerar sus carencias. Pero su tiempo fue su tiempo, con sus retos específicos. Sólo ha habido y habrá un Winston Churchill, un Abraham Lincoln, un Konrad Adenauer, un Alcide de Gasperi, un Robert Schuman, un Rómulo Betancourt.

Buscamos un conductor elocuente y valeroso, “un orador de discursos y un hacedor de hazañas” (Fénix a Aquiles, “La Ilíada”). Un dirigente con oratoria persuasiva y convincente. No un mero lector desangelado de recetas administrativas, gerenciales y burocráticas. Un líder que nos convenza, que nos emocione, que explique el porqué debemos dejarlo entrar en nuestras vidas y en nuestros corazones. Y eso no se logra ofreciendo simplemente más casas o mejorar la balanza de pagos. Como ha sido afirmado: “El político debe tener dentro de sí no sólo la inteligencia que gobierna, sino también la palabra que ordena mediante el convencimiento.”

Se necesita un jefe de gobierno que entienda que las dificultades no son meramente administrativas, tecnocráticas o burocráticas; que debe trabajar para desmontar la cultura de la violencia, la pasión por la división y el odio, el egoísmo y el excesivo individualismo, con sus terribles expresiones cotidianas. Un líder realmente defensor de los derechos humanos, y de las violaciones a los mismos, dentro y fuera del país.

-Es fundamental que nuestro conductor afirme sin dudas su oposición, desde el mismo momento que se lanza en campaña, a toda reelección, empezando por la suya.

Exigimos un líder 2.0, de este siglo y milenio, que no se rebaje a sí mismo ni irrespete a los ciudadanos llegando tarde a todas partes. La impuntualidad es signo evidente de subdesarrollo.

-Una vez más: ¡Que sepa de economía! ¡Y que no se reelija!

Los venezolanos están a la espera un nuevo liderazgo, un liderazgo que emocione, que conmueva y mueva. Como dijera alguna vez un exitoso gobernador de Nueva York, famoso por su carisma y su oratoria, Mario Cuomo: “se gobierna con prosa, pero se hace campaña con poesía.”

Frente a la dictadura, se necesitan líderes que separen lo falso de lo verdadero, y que con tenaz rebeldía nunca renuncien a la esperanza. Que construyan, no que destruyan, y que entiendan que no se salva la patria mimetizándose con quienes la han destruido. La Venezuela democrática nunca ha sido ni será tierra de verdugos. 

Al final, de lo que se trata es: ni un nuevo mesías, ni un simple gerente: necesitamos una persona con dotes de Estadista. Así, con mayúscula.