Por: Julio César Moreno León

La invasión rusa a Ucrania repercutirá de manera inevitable sobre la compleja realidad venezolana porque, gracias a Hugo Chávez, Rusia se consolidó como el principal aliado político y militar de su gobierno y del que hoy conduce su heredero Nicolás Maduro. Y  porque esta guerra ha convertido a Vladimir Putin en la más grave amenaza para la paz del mundo y  para la seguridad de Occidente.

Cuba, Nicaragua y Venezuela son regímenes de naturaleza similar que respaldan la invasión basados en la narrativa del Kremlin, según la cual se trata de detener las amenazas de Estados Unidos y de la OTAN contra la seguridad de Rusia.

Repitiendo ese discurso en Naciones Unidas el embajador cubano, Pedro Pedroso Cuesta, afirmó que  la situación en Ucrania se debe a los planes de los Estados  Unidos y la Unión Europea de avanzar sobre las fronteras rusas.

Daniel Ortega, quien respaldó sin vacilaciones la toma por  parte  de Rusia de Donestk y Lugansk, y la anexión de Crimea, afirmó en ocasión de la visita a Nicaragua del viceprimer ministro ruso Yuri Boricov que el conflicto con Ucrania es “una lucha del pueblo ruso por la paz”.

Mientras que Nicolás Maduro expresó, en llamada telefónica a Putin una semana después de la invasión, su  apoyo a las acciones militares, considerándolas una respuesta a “la ofensiva desestabilizadora de Estados Unidos y la OTAN”.

Estas tres declaraciones forman parte de la escasa lista de apoyos incondicionales a la guerra de exterminio que se ha desatado contra la población ucraniana, aplicando la táctica militar de la tierra arrasada.

En esa guerra se destruyen ciudades y se matan a sus habitantes utilizando misiles hipersónicos que viajan a una velocidad cinco veces superior al sonido, y que llegan con perfecta precisión a edificios residenciales, centros comerciales, iglesias, escuelas, hospitales o cualquier otro lugar de concurrencia pública, previamente escogido por la maléfica dictadura moscovita.

 Además, con la retoma del control por parte de Ucrania de la región de Kiev se han puesto en evidencia los procedimientos  criminales del ejército ruso en más de 30 poblaciones que permanecieron sometidas a su ocupación durante varias semanas.

En la ciudad de Bucha se descubrieron centenares de cadáveres de civiles maniatados y dejados en las calles con señales de torturas, y de ajusticiamientos con disparos en la nuca.

Algunos habitantes de esa población que lograron sobrevivir declararon a los medios internacionales que los soldados rusos entraban a las viviendas asesinando a niños, ancianos, hombres y mujeres para luego abandonar la zona.

De todo ese desastre han quedado las  pruebas difundidas al mundo por los medios de comunicación.

Ante la ostensible gravedad del conflicto el fiscal de la Corte Penal Internacional Karim Khan ha anunciado una investigación, reconociendo que: “hay bases razonables para creer que tanto crímenes de guerra, como crímenes de lesa humanidad, presuntamente, han sido cometidos en Ucrania”. Y la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó con 141 votos de los países miembros una enérgica resolución que deplora la invasión, reafirma la independencia y la soberanía territorial de Ucrania, pide al país invasor revertir el reconocimiento de la independencia de Luhansk y Donestk, y solicita el retiro incondicional del territorio ucraniano.        

Estos hechos han convertido la invasión a Ucrania en un motivo de indignación y rechazo universal contra el presidente ruso y su íntimo entorno civil y militar. Y ha producido un prudente distanciamiento de China comunista, su aliado más próximo y país con el que Putín acaba de firmar un ambicioso tratado para crear un nuevo orden mundial que sustituya la preeminencia y los valores de Occidente.               

Y al intentar analizar el efecto que producirá sobre nuestro país esta crisis internacional que es considerada como una de las más delicadas y peligrosas ocurridas desde la terminación de la segunda guerra mundial, es necesario destacar dos aspectos que deben ser tomados en consideración.

En primer lugar, recordemos el auspicioso pronunciamiento de los Estados Unidos y 19 países de la Unión Europea emitido en febrero pasado pidiendo la reanudación de los diálogos de México con el fin de lograr una exitosa salida democrática para nuestro país.  En aquella oportunidad se consideraba a Rusia como país acompañante del proceso, a instancias de la parte oficialista venezolana.

Ahora cabe  preguntarse si luego de la invasión a Ucrania el gobierno de Estados Unidos y los del amenazado viejo continente considerarán legítima la presencia de los rusos en un diálogo que pretende solventar pacíficamente la prolongada crisis venezolana, o si el régimen de Maduro tolerará la exclusión de su socio principal en las próximas reuniones.

Y finalmente, de qué manera se cumplirá la doble tarea que le espera al fiscal Karim Khan, abocado a investigar y acusar ante la Corte Penal Internacional a los responsables de crímenes de lesa humanidad cometidos en Venezuela por las fuerzas represivas del régimen criollo, y en Ucrania a los responsables de  crímenes de guerra ejecutados por las fuerzas militares de la Federación Rusa, bajo el mando supremo del presidente Putin.