Para conversar sobre la temática que abordamos en este número de Encuentro Humanista, entrevistamos a este sacerdote jesuita, educador, experto en DDHH, Derecho Humanitario y Migración. Coordina el área de DDHH de la Fundación Centro Gumilla y dirige el Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco.
Es párroco en La Vega, una zona popular y populosa en la ciudad capital. En ese laboratorio social donde confluyen las grandezas y miserias de una ciudadanía sometida a toda clase de carencias en plena crisis, acompaña la sacrificada pero también esperanzadora cotidianidad de tantas familias venezolanas.
- El socialismo rentista ha limitado la voluntad productiva del venezolano.
- Se incuba una gigantesca desigualdad en el modelo que está emergiendo.
- Hemos perdido los mínimos de civilidad
_ La pobreza tiene muchas caras. Hay muchas maneras de ser pobre. Más allá de las cifras, ¿cómo es pobre Venezuela?
_La pobreza en Venezuela tiene que ver con la improductividad. Diría que, desde siempre, ha existido un modelo político-económico rentista profundizado ahora en esta nueva fase de socialismo rentista que ha quebrado el sistema productivo. No tenemos producción ni productividad y ello ha generado toda una cultura de pobreza y dependencia. Otro aspecto del asunto es el esquema dadivoso del Estado benefactor cuyo producto es un imaginario clientelar que ha limitado la voluntad productiva del venezolano. Hay una paradoja a este respecto porque ves al venezolano en otros lugares poniendo mucho empeño en el trabajo y es cuando te preguntas cómo puede ser eso. Tuve una experiencia en Estados Unidos, en el Servicio Jesuita para Refugiados. A cierta hora la gente para de trabajar y yo quería seguir fuera de tiempo. Entonces me dijeron: “Eso no se traduce en productividad. A lo mejor ustedes trabajan mucho y producen poco”. Eso me quedó grabado y pensé que tal vez debíamos revisar lo que entendemos por trabajo productivo y cómo administramos el esfuerzo.
_ Muy pocos comprenden por qué Venezuela, un país favorecido por la Providencia, está presentando un rostro tan desfigurado por la injusticia y la pobreza que no podemos calificar sino como escandalosa…
_Comparemos entre Venezuela y Noruega. En algún momento, ambos países reflejaban unos índices de pobreza muy parecidos y surge el fenómeno petrolero para los dos al mismo tiempo. La diferencia estuvo en la estrategia que desarrollaron. Muy distinta. Los noruegos crearon un fondo intergeneracional que reconocía ese recurso como de todo el país, el cual debían disfrutar pero también cuidar para las generaciones venideras. En lugar del inmediatismo, privilegiaron la solidaridad con el futuro. Y resolvieron, siendo un Estado petrolero, no convertirse en un petroestado. A partir de allí se origina el Fondo Macroeconómico que los protegía de los vaivenes del mercado internacional de los crudos. En otras palabras, decidieron no depender del petróleo, sino tratarlo como una fuente importante de respaldo e invertirlo inteligentemente, lo cual derivó en una cultura productiva. ¿Qué hicimos nosotros? Nada de lo que hicieron los noruegos. Gastamos a manos llenas sin vigilar que la economía no fluctuara a capricho del mercado petrolero. La abundancia para nosotros fue la cultura de la piñata, el famoso ta’ barato, dame dos. La planificación fue sustituida por el inmediatismo y cuando se intenta hacer algo al respecto, sentimos el impacto del choque cultural. Necesitamos aprender de las experiencias.
_ ¿Qué pasó en los primeros años de la democracia? Pareciera que ese no fue el esquema…
_Cierto, desde los sesenta hasta mediados de los setenta hubo una inversión social importantísima y se produjo un salto cualitativo impresionante a nivel educativo y de avances en salud pública. Por ello el crecimiento económico fue notable en ese tramo. Luego se redujo la inversión social y sobrevino la crisis de desgaste del ciclo democrático, con la consecuente acumulación de resentimiento social. Ello coincidió con el aumento del precio del petróleo y las expectativas de volver al Estado benefactor, lo cual dio paso a este socialismo rentista con un modelo de Estado que fue decantando en el autoritarismo que hoy vivimos.
_La iniciativa privada respira mientras el Estado parece contra la pared…
_Es un momento donde la productividad privada está muy golpeada, intentando acomodarse, pero fragmentada en sus estrategias. La gente vive en la informalidad y el rebusque y gran parte de lo que circula tiene que ver con las remesas y con lo que el economista Asdrúbal Oliveros llama “la economía oscura”, es decir, los negocios de minería, de tráficos y contrabandos. En resumen, tenemos un Estado otrora todopoderoso -que se dio el lujo de quebrar empresas y apropiarse de casi todo, que experimenta su encogimiento al tiempo que se incuba una gigantesca desigualdad dentro de este modelo que está emergiendo que muestra gente viviendo muy bien, como de primer mundo, y gente que vive muy mal.
_Pero es un modelo que, aguas abajo, se refleja en las propias zonas populares…
_En el barrio es impresionante. Quien tiene una destreza técnica, sabe de electricidad, refrigeración, plomería o herrería, es bien pagado por su trabajo, gracias a Dios, percibe buenos ingresos. Pero en la puerta de al lado hay gente que no tiene nada. Esas desigualdades existen allí, son una realidad cotidiana.
_ ¿La clase media de los sectores populares?
_Mira, el golpe más bajo asestado a los estratos más necesitados de la población ha sido el quiebre de la clase media. El servidor público de calidad venía de la clase media. ¿Y a quién sirve? Por lo regular, a los más pobres. Ello ha generado una fuerte exclusión social y afecta directamente a las mayorías. Los profesionales son la clase media y su servicio público era para los que no disponen de medios privados. Eso ha colapsado. El servidor público no puede vivir hoy de sus sueldos, tiene un techo muy bajo.
Que no se vea la pobreza
_ ¿Cree usted en esa especie de mantra que ahora se repite de que Venezuela se arregló, que este año disminuirá la pobreza, que la economía crecerá y que ya se nota la “recuperación”?
_Lo que pienso es que estamos en un proceso de invisibilización de la pobreza, lo cual no evita la profundización de la desigualdad social; ya no sólo la típica que separa el este del oeste, sino –de nuevo- dentro de los mismos sectores populares. Lo que está surgiendo es un nuevo modelo económico muy injusto, que está excluyendo a mucha gente. Prueba de ello es la desnutrición, el desamparo y orfandad, mucha impunidad, todo lo cual es una desgarradora realidad que no se tapa fácilmente. Tampoco se puede negar la burbuja económica. Quienes participan y se benefician de ella, sin duda alguna mantienen esa impresión de regreso del bienestar.
_La desigualdad y la pobreza, además de vulnerabilidad, traen una suerte de normalización del sufrimiento. Si no, ¿cómo se explica la resignación?
_ ¡Cuidado con eso! Este modelo de Estado es muy eficaz manejando la propaganda. Se tiene la impresión de que la gente está resignada y eso es dejarse envolver por la propaganda del gobierno. Un porcentaje no significativo de la población puede sufrir resignación, aquellos que han vivido históricamente de las dádivas del Estado. Pero en los sectores populares hay un inmenso descontento, tanto con el gobierno como con la oposición. No se sienten interpretados.
_Como nunca, se percibe mucha tensión y lejanía en las relaciones entre la sociedad civil y la política. ¿Lo nota?
_Y si te vas a los sectores populares, aún más. Eso es seguro. Por ello insisto: no veo resignación. Los niveles de protesta –aun después de la feroz represión que se vivió entre 2016 y 2019- siguen reproduciéndose, solo que con mayor creatividad, menos confrontativos. No obstante, evidencian un fuerte descontento. Es atomizado, pero descontento con todas sus letras. Con esta burbuja y este reacomodo se aspira ocultar todas estas dinámicas que son auténticas, parte del día a día. Una realidad que no se capitaliza por esa desvinculación total entre los factores políticos y el mundo popular, el de la sociedad civil. Algunos dirigentes políticos están comenzando a repensarse pero aún el distanciamiento es importante.
La pobreza cultural
_ ¿La pobreza, es un tema de salarios o de oportunidades?
_Es difícil establecer esas definiciones. Diría que hay una pobreza de carácter cultural. Quienes participan de ese rango de pobreza están marcados por el clientelismo, es población que espera dádivas y alimenta los esquemas populistas. Luego, más que pobreza, hay empobrecimiento. Tiempo atrás, la formación académica implicaba movilidad social: si eras profesional, fácilmente escalabas a clase media. Ya eso no existe, al contrario, en el barrio vive mucha gente preparada, profesionales, educadores, médicos, ingenieros, abogados, enfermeros, que están allí empobrecidos socioeconómicamente más no culturalmente. Esa gente está haciendo ahora cosas muy positivas en el barrio, prestando su apoyo a iniciativas sociales.
_ Sabemos que ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una opción provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo sería procurarse una vida digna a través del trabajo. ¿Han sido perjudiciales las misiones, bonos y otras formas de clientelismo?
_Las misiones, cuando llegaron, eran necesarias pero como políticas compensatorias, no como políticas estructurales. Sin inversión social no surten efecto. Y no fue así. Las misiones se pensaron, no como política de Estado sino del gobierno, particularmente del presidente, por lo que se convirtió en un lenguaje para relacionar a la base con el líder. El objetivo era ese, generar el mito del líder benefactor. Eso no resuelve, sino quiebra y empobrece. Hay que apostar a institucionalizar el Estado, de modo que exista un Estado de Derecho, es decir, políticas públicas donde concurran lo privado y lo público con vistas a generar las dinámicas y oportunidades de desarrollo para la gente. La perversión que acabó con el cooperativismo fue el subsidio por parte del Estado, que lo desnaturalizó. Fue otra manera de encauzar la cartera petrolera para fortalecer un liderazgo mesiánico que ha terminado fracasando. Sobreviven las que no sucumbieron a la tutela del Estado.
Pactos rotos, violencia activada
_ ¿Es la delincuencia un tema de pobreza?
_ Para mí, no. Hay estudios que muestran que la violencia delincuencial creció en Venezuela en la medida en que se fueron rompiendo los pactos. A principios de los años 80 los indicadores de violencia de Venezuela eran mejores que los registrados por algunos países de Europa. En poco tiempo se han disparado y se debe a esa ruptura de los acuerdos sociales. Hay países mucho más pobres sin los niveles de violencia que hoy sufre Venezuela. El tema es la desigualdad que sí está vinculada sólidamente a la violencia. México y El Salvador también son ejemplos claros de ello. Es clave anotar que pobreza y desigualdad no necesariamente van de la mano. Hay países pobres que no exhiben tan marcada desigualdad. La desigualdad activa la búsqueda de caminos oscuros, irregulares –como narcotráfico- para hacer riqueza rápida. Pero algo quiero decir: en el barrio, la delincuencia es una escandalosa minoría, aunque tenga poder y control.
_ ¿Qué tipo de pactos se han roto?
_El “caracazo” es uno. La intentona de golpe de Estado del 92, otro. El modo como se asumió el tránsito de la democracia a este proceso, también significó una ruptura. Lo que llaman el “carmonazo” y la manera de hacer las cosas en aquella coyuntura, es otro ejemplo. Han sido momentos de quiebre que generan violencia porque erosionan la institucionalidad, de suyo frágil. Momentos que implican orfandad y activan un sálvese quien pueda. Todo ello es violencia. ¡Ojo! No se trata solo de violencia armada. La violencia tiene muchas expresiones. Hay que preservar unos mínimos de civilidad, de respeto por la convivencia para la coexistencia sana, y los hemos perdido.
_ ¿Cómo puede, entonces, esta sociedad producir cambios?
_Hay que seguir apostando por la Educación. Los pocos espacios que tiene la sociedad civil, aunque muy adversos pues las políticas educativas son contrarias a la institucionalidad educativa y a los procesos de enseñanza-aprendizaje, deben ser preservados. Hay que incidir en los espacios educativos. Hay que trabajar con las comunidades educativas y asumir responsabilidades junto a los cuerpos docentes en esas dinámicas. Estamos en un momento importante en que se puede hacer. Debemos reducir la dependencia del Estado. Hay que resistir a esta avalancha de deterioro y mantener unos mínimos para ir formando.
_ ¿Estamos hablando de educación informal?
_ Exacto. En La Vega hemos venido creando muchos espacios deportivos con el fin de construir ciudadanía. El deporte aporta disciplina, trabajo en equipo, donde se impone el lema del Colegio San Ignacio: “Juega limpio en la cancha y en la vida”. Es una consigna de un contenido muy formativo. Otra vía es el trabajo micro, en pequeñas comunidades, tejidos claves que se van interconectando y generando una resiliencia social importante. Lo que hacemos es potenciar los procesos comunitarios para que alimenten una sociedad positiva.
La repugnante ideologización
_ ¿Cuánto estorba la ideologización en la superación de la pobreza?
_ A veces parece que la ideología triunfara. Pero cuando vas a la base social, a la cotidianidad, al trabajo concreto, a la gente le importa poco la ideología. Ella no cuenta. Seguirá presente en estratos aliados al poder. En el barrio, al igual que en cualquier encuesta nacional, la gente ideologizada representa un 20%. El 80% se encoge de hombros con eso. Más bien, ante la desconfianza hacia el gobierno y el desencanto con la oposición, lo que crece es la certeza de saber que lo que no hagan ellos por ellos mismos, nadie lo hará. Claramente, significa que hay una ausencia de Estado y una desconexión de la política con la realidad. Tiene de auspicioso que hay un despertar de las conciencias. Las personas responden más proactivamente cuando se les invita a formar parte de iniciativas útiles y comunitarias. La ideología está en los ideologizados, pero cada vez se observa un desmarque más fuerte de todo ese lenguaje vacío. Todo eso ya repugna a la gente.
_Hoy, técnicamente, todos estamos empobrecidos. ¿Existe una manera virtuosa de apoyarnos y exigirnos mutuamente compromisos mayores, con una nueva conciencia ética?
_ Eso está naciendo. No me cabe duda. La realidad es positivamente compleja. Así como privan esas dinámicas de deterioro de las que hemos hablado, la gente también le está dando la vuelta al asunto. Se nota un impulso, una fuerza social que, donde se acompaña y se desata, va generando dinámicas de crecimiento personal y comunitario impresionantes. Ello indica que lo que está faltando es multiplicar esos acompañamientos para propiciar espacios de confianza que activen todos esos procesos.
_ ¿Riqueza dentro de la pobreza?
_ Eso. Cuando se va dando, la gente comienza a crecer personalmente, a ser sujeto. Es lo más efectivo para salir de la pobreza, que la gente asuma su potencial y sus capacidades. Si me preguntas si es masivo y se está viendo al cien por ciento, te respondo que no. Si me preguntas si está emergiendo, te doy un rotundo sí. Emerge, ante el cansancio de tanta polarización, de tanta conflictividad, el anhelo de la gente a reencontrarse aunque a veces choque con los niveles de desconfianza que se han creado. Es lo que vivimos. Hay un deseo profundo de reencontrarse pero al mismo tiempo no se han superado las barreras que lo impiden. Aún así, eso está allí.
_ Desde la fe, ¿como se ve ese posible reencuentro?
_Ahora mismo, socialmente, estamos librando luchas espirituales en nuestro interior, tanto a nivel personal como de grupos. La pugna es sin tregua entre esos desgastes y algo que está pujando desde lo más íntimo de nuestro ser. Desde la fe, diríamos que se libra una batalla en este momento. Hay una fuerza enorme que está actuando en muchos corazones, de manera muy silenciosa, que genera voluntad, solidaridad, vida. Poco a poco va restableciendo el tejido, aún en medio de un sistema donde el poder atenta contra esos procesos. Por ello, son sabiamente invisibles. Es el espíritu dando signos de que no se resigna. —