MARCELINO MIYARES
Ph.D (Dr.) Ciencias Políticas, Combatiente de Playa Girón, Analista/Activista político, Empresario de medios y mercadeo, productor de TV y cine.
Editor de América 2.1
Las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, desde la llegada del castrismo, han sido una muestra clara de cómo los castristas entendieron que derrotar al vecino del norte -entendiendo por su derrota, en los fundamental, la sobrevivencia del castrismo y su consolidación como “revolución anti-imperialista” a los ojos del mundo- implicaba en primer lugar, una política exterior estratégica.
Proclamados siempre leninistas, sin embargo sus acciones recuerdan esta frase de Trotsky: «la política exterior siempre ha sido continuación de la política interior, pues la dirige la misma clase dominante y persigue los mismos fines».
Con ello quiero decir que todas las armas eran válidas, había que invadir todos los terrenos en lo interno y en lo externo de lucha ideológica, política y cultural. La economía, un fracaso estruendoso desde el primer día, fue cubierta con un manto alienante que se ha usado como excusa, con sus variantes, siempre que fuera necesario: el bloqueo.
Las protestas generalizadas e inéditas del pueblo cubano el 11-J, que acaba de cumplir un año, y que exigían fundamentalmente comida, medicinas, superación de la escasez, una vida realmente digna, pero también “libertad” y el fin de la dictadura, tuvieron como respuesta inicial del ungido por Raúl Castro, Miguel Díaz-Canel, culpar al embargo estadounidense como la raíz de todos los males que aquejan a la isla.
«Aquí lo que nosotros necesitamos es que se retiren las 243 medidas de bloqueo adicionales y se derogue el bloqueo. Es lo único que demanda Cuba», dijo Díaz-Canel en una transmisión en televisión y radio.
Un gran éxito de la política exterior castrista ha sido que el embargo de Estados Unidos contra Cuba es una de las medidas que más veces ha sido rechazada en la Asamblea General de la ONU, donde cada año desde 1992 se aprueba una resolución en su contra.
La resolución de condena ha obtenido en los últimos años un respaldo casi unánime: el 23 de junio de 2021, cuando fue votada por última vez, contó con el apoyo de 184 de los 193 miembros de la ONU.
Su resultado más contundente, no obstante, lo obtuvo en 2016 cuando sumó 191 votos a favor y ninguno en contra, pues incluso el gobierno de Estados Unidos se abstuvo de defender su propio embargo.
Un segundo dato, sin duda alguna también fundamental, fue el aplicar la lógica amigo-enemigo, planteando una lucha irreconciliable con el “imperio”. Y para ello, no solo debido, pero animado por el estruendoso fracaso de su política económica, se abrazó desde el comienzo al oso soviético como impulso necesario para recibir ayuda económica y en sus relaciones internacionales. Con dicha unión, en todos los órdenes sociales, culturales y económicos, se institucionalizó un proceso revolucionario (en sus mensajes) y conservador (en sus acciones), cuyo objetivo ha sido siempre defender la permanencia en el poder no ya de una clase (en el sentido marxista), sino de una burocracia autolegitimada y dispuesta a todo con tal de mantenerse en el poder.
Y ese abrazo al oso estalinista, que implicó vincular a Cuba a la órbita de naciones al servicio del verdadero imperialismo, el comunista, llevó incluso a centenares de miles de soldados cubanos a luchar en África, en Angola, en 1975. Intentos de provocar “uno, dos, tres Vietnam” en América Latina (como pidiera el Che en la Conferencia Tricontinental de 1966) condujeron a fracasos rotundos, fueron derrotados, como se pudo ver con claridad en la Venezuela democrática durante los gobiernos de Betancourt y Leoni. Fueron asimismo los tiempos de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), creada en La Habana en 1967, antecedente directo de los más recientes Foro de Sao Paulo y Grupo de Puebla. En 1968, siempre siguiendo las directrices de Moscú, el régimen apoyará la invasión a Checoslovaquia, y en 1971 (luego del estruendoso fracaso de la zafra azucarera) ingresará al COMECON. Llegarán entonces los tiempos de apoyo a los sandinistas y al Farabundo Martí en El Salvador. Pero en 1991, con la caída del muro de Berlín, llega a la isla el “Periodo Especial”. Había que buscar urgentemente nuevas formas de sobrevivencia económica. Con el tiempo, llegará el turismo, negociado con trasnacionales sobre todo hispanas, y las cada vez más importantes remesas de los cubanos en el exterior.
Vino del mismo modo en su auxilio, hasta el día de hoy, la tiranía venezolana, con Hugo Chávez primero, y Nicolás Maduro después, dispuestos, sin reservas y sin vergüenza alguna, a colocar a su otrora próspera nación al servicio de los intereses del castrismo.
El “internacionalismo” de la política exterior cubana fue y es fruto de la visión estratégica de Fidel Castro, quien desde el principio del triunfo de la guerrilla y la toma del poder ve claramente que creando una cabeza de playa al servicio de la Unión Soviética y desarrollando un ejército capaz de convertirse en brazo derecho de la URSS en África -y donde fuese necesario- Cuba se convertiría en una ficha de alta relevancia en el tablero internacional con una política de relaciones siempre a la “ofensiva”. Es la política internacional cubana quien convierte al pequeño país caribeño en un actor de alta importancia mundial. Después de la caída de la URSS la política exterior cubana adquiere vida propia a través de la alianza y “explotación” de la riqueza venezolana y el desarrollo de todo un eje ideológico con Nicaragua, Bolivia y la izquierda diversa latinoamericana.
Un tercer dato es que frente a la efectiva y estratégicamente adaptable política internacional del castrismo, los presidentes norteamericanos se sucedían, venían, pasaban, asumían medidas, derogaban otras, cambiaban un día para luego desdecirse al siguiente, pero al final todos han decidido cumplir lo prometido por John Kennedy a Kruschev: Estados Unidos no intentaría invadir la isla, o derrocar al régimen. Y desde que llegaron los Castro al poder se han sucedido trece presidentes norteamericanos, desde Eisenhower a Biden.
Un cuarto dato: la constante búsqueda -con éxito- de colonizar los organismos internacionales. Allí está la perennemente influyente presencia de Cuba en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, o en el resto del sistema, como el aberrante ejemplo de hace unos meses de la burocracia de la UNESCO haciendo homenajes al Che Guevara.
Un quinto dato: La sobrevivencia económica del régimen por vía de un muy bien armado programa de “solidaridad internacional”. Un ejemplo imposible de olvidar: el programa de médicos- esclavos. Millones de dólares le entran al régimen por medio de la explotación de mano de obra médica en México, Venezuela, Brasil, Bolivia, Perú, Catar, etc. Primero se buscó exportar “guerrillas”, ahora médicos-esclavos. A lo anterior se unen las constantes ayudas de todas partes, incluyendo democracias respetables, e incluso las condonaciones de deuda de un régimen que es uno de los peores pagadores del planeta.
Dentro de la siempre proclamada “solidaridad”, la política exterior cubana también implementa una “estrategia humanitaria (SIC) supuestamente desinteresada», que en realidad es un clientelismo político exterior, donde otorga becas para estudiar en la isla, u ofrece operaciones médicas «gratuitas» en la isla.
Un sexto dato: La influencia cubana en la izquierda latinoamericana, bien sea la socialdemócrata o la revolucionaria.
La solidaridad internacional también se expresa mediante instituciones regionales que se construyen para buscar la destrucción de las democracias liberales en América. Para eso existen el Foro de Sao Paulo, el Grupo de Puebla, el ALBA, etc. La impronta castrista en ellas es evidente. Como lo es en muchos presidentes hispanoamericanos -no olvidemos al señor Sánchez, en España- amigos de la revolución, aunque solo sea por la enfermedad infantil de la socialdemocracia, el “antinorteamericanismo”.
Digna de mención en este ámbito es la denuncia reciente de cómo la oficina del PSOE (actual partido de gobierno en España, en coalición con los amigos del chavismo, Unidas Podemos) en Bruselas, le transmitía información privilegiada a la embajada cubana en dicha ciudad. O el caso del embajador español en la isla, que tuvo que ser removido ante el escándalo de su afirmación de que “en Cuba no había una dictadura”. Otros partidos laboristas y socialistas, especialmente europeos, han ejecutado muy cumplidamente, a lo largo de los años, el papel de “tontos útiles”.
Un séptimo dato: una política de alianzas centrada en promover una especie de “internacional de las tiranías”. Cuba ha consolidado relaciones privilegiadas con Venezuela, Nicaragua, Rusia, Corea del Norte, Irán, Bielorrusia. Un auténtico grupo de autocracias violadoras de los derechos humanos de sus ciudadanos.
Con todo ello, Estados Unidos ha mostrado frente a Cuba la misma torpeza estratégica que frente al resto de América Latina, que ya ni siquiera es considerada un patio trasero. EEUU siempre ha lucido a la defensiva. Para buena parte de la élite política norteamericana su país no debe pasar del nivel declarativo, de los llamados a respetar los derechos humanos en la isla, y poco más. Sanciones de todo tipo -como está sucediendo frente al chavismo-, pero nada que implique la posibilidad real de cambio de régimen. Un modus vivendi que a ratos no se reconoce como tal, pero que refleja una visión congelada de las posibilidades estratégicas. Liberar a Cuba (independientemente de cómo se entienda la palabra “liberar”) no ha sido un objetivo estratégico realmente prioritario.
Mientras, la presencia rusa, china e iraní en América Latina -y no solo en renglones económicos- avanza día a día. ¿Qué concepto estratégico moviliza a las élites norteamericanas cuando los autoritarismos se enseñorean por toda América Latina, y no pasa nada? ¿Cuando hay tropas rusas en Venezuela y Nicaragua, y no pasa nada? Leo en la prensa, mientras escribo esta nota, que Nicolás Maduro se jacta de los drones iraníes de combate que se ensamblan en Venezuela, o cómo se anuncia que en agosto Rusia, Irán y China, junto con otros países aliados, realizarán ejercicios militares en Venezuela. ¿Qué tiene que decir EEUU al respecto?
Lo cierto que entre olvidos, desdenes y errores, junto a renovadas promesas de apertura (según la visión del presidente norteamericano de turno), casi siempre sin pedir nada a cambio, pasan los años, y la isla prisión se mantiene, eso sí, trastabillando cada día más.
Porque el 11-J llegó y dejó una lección inolvidable: el castrismo está pasando por su peor momento, la realidad socio-económica está más grave que nunca, y los cubanos en la isla están hartos. Desean enterrar para siempre el “patria o muerte”, y cambiarlo por un radiante mensaje de “patria y vida”.
El 11-J le abrió los ojos a muchos en el mundo. Con asombro, se daban cuenta ¡por fin! de que la supuesta popularidad del régimen estaba construida sobre mentiras cada vez más tambaleantes. Incluso ha llevado a los EEUU a intentar iniciar una nueva política más proactiva ante los enemigos de la democracia liberal. Allí está el caso de Ucrania, y la repotenciada OTAN -con el irrestricto apoyo cubano a Putin- como ejemplo.
Sin embargo, una pregunta es necesaria: ¿ha cambiado el 11-J la política de los gobiernos democráticos, en especial en Europa, con relación a la tiranía? Me temo que menos que lo deseable, aunque más que lo que era antes. La denuncia, la visibilidad de las nuevas represiones, de los cambios legales para castigar aún más la disidencia, deben seguirse haciendo sin descanso.
En Cuba, la responsabilidad principal de la lucha -siempre ha sido así- está en la voluntad y el esfuerzo de los propios cubanos. No queda otra. Esta larga lucha no es -como ha insistido inteligentemente la tiranía- un enfrentamiento entre una pequeña isla y un gran imperio. Es la lucha de una inmensa mayoría del pueblo cubano, que desea libertad, paz y bienestar, y una cada vez más aislada y reducida minoría de defensores de un sueño convertido en pesadilla, la mal llamada “revolución” cubana, una de las revoluciones más traicionadas de la historia.