MARCOS VILLASMIL

EDITOR DE AMÉRICA 2.1 Y MIEMBRO DEL CONSEJO EDITOR DE ENCUENTRO HUMANISTA

«Con un pie en el avión que lo traerá de regreso a la Argentina, Perón es consultado por un periodista español, al respecto del electorado argentino: ‘Mire; un tercio son radicales, lo que ustedes llaman liberales; un tercio son conservadores, y un tercio, socialistas’. Asombrado, el escriba pregunta: ‘Pero, ¿y los peronistas?’. El General echa la cabeza hacia atrás, y se sonríe: ‘Bueno, no… Peronistas somos todos’. Parece un buena broma, pero el suceso realmente ocurrió -hace ya cincuenta años-«.

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Un gran periodista y novelista argentino, Tomás Eloy Martínez, vivió en Venezuela huyendo de la persecución de la dictadura militar que asoló ese país entre 1976-1983, siete años de oscuridad, represión, violencia estatal inhumana, con violaciones masivas de los derechos humanos.

Su contribución al periodismo venezolano (sobre todo en El Nacional y El Diario de Caracas, del cual fue uno de sus fundadores) fue invaluable; pero siempre mantuvo presente en sus desvelos y anhelos la situación de su país; el exilio no borró la memoria, ni afectaron sus sueños y esperanzas. De hecho, tanto en su novelística como en sus artículos y ensayos periodísticos la Argentina tuvo una presencia primordial. Él buscaba dar respuesta a una pregunta que se hacen no solo los argentinos, sino todos los que no siendo nacidos allí hemos aprendido a querer a esa nación: ¿Qué pasó con Argentina, por qué no ha logrado los avances que desde por lo menos hace un siglo se pensaba que eran inevitables?

En uno de sus artículos -casi siempre admirables-, «Un país caído del mapa» (agosto 2003), el periodista destacaba lo siguiente:

Si por azar me preguntan qué cosas del pasado son las que más recuerdo, contesto con una involuntaria paradoja: «Lo que más recuerdo es lo que no he visto». (…) La mejor manera de acercarse a la Argentina es narrándola como lo hicieron Antoine de Saint-Exupéry, Paul Morand, Rafael Alberti y Witold Gombrowicz en la primera mitad del siglo XX, y Bruce Chatwin, V. S. Naipaul, Manuel Vázquez Montalbán y Carlos Fuentes en la segunda mitad.

¿Dónde está la Argentina? ¿En qué confín del mundo, centro del atlas, techo del universo? ¿La Argentina es una potencia o una impotencia, un destino o un desatino, el cuello del tercer mundo o el rabo del primero?

Un dato central, que no puede obviarse en cualquier análisis de mirada larga sobre Argentina, es que su historia en el siglo XX y lo que va del XXI se resume en dos palabras que destaca Martínez: «apogeo y caída». ¿Ejemplos de apogeo?

«Hacia 1928, Argentina era superior a Francia en número de automóviles y a Japón en líneas de teléfonos. Catorce años más tarde, el economista Colin Clark vaticinó que, después de la segunda guerra mundial, el poderío industrial argentino sería el cuarto del mundo».

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Y entonces llegó, para desgracia infinita -y no solamente en Argentina, ya que su influencia ha sido extensa- el general Juan Domingo Perón, fundador de una de las cepas populistas más dañinas en la historia de la humanidad.

Ilustra Tomás Eloy Martínez una característica esencial del dislate peronista con esta frase muy iluminadora: «El mal que aquejaba a la Argentina no era ya la extensión o el desierto como se dice en el primer capítulo de Facundo. Era el delirio de grandeza floreciendo en un mar de pobres. El penúltimo de los dictadores, Leopoldo F. Galtieri, embriagó al país entero con la ilusión de que estaba derrotando en el Atlántico Sur a las mayores fuerzas navales del planeta. El primer presidente de la democracia, Raúl Alfonsín, soñó con erigir una Nueva Jerusalén en Viedma, la ciudad más ventosa de ese abismo de vientos que es la Patagonia. Más inefable aún, Carlos Menem se ofreció para mediar en las guerras del Cercano Oriente y en asociar la Argentina a todas las aventuras bélicas de Estados Unidos, con el cual mantenía relaciones carnales».

Y es que desde que llegó el veneno populista de Perón y de sus seguidores la política de ese país intenta dar lecciones tras lecciones que la realidad siempre contradice. Y la gente cada vez aguanta menos.

Debido a las fracasadas hechicerías socio-económicas de Carlos Menem en los noventa, veinte mil a treinta mil jóvenes universitarios, cada año, abandonaron el país.

Cuenta también el periodista: «Yo me voy por desesperación», me dijo a fines de los noventa una investigadora de biología molecular. «Aquí ya no hay nada que hacer». Su marido, un ingeniero de proteínas, repetía, cabizbajo: «Aquí no hay lugar para nosotros».

El partir, el irse, el exiliarse, parece un sino argentino. Y no sólo hablamos de miles de ciudadanos, también destacadas figuras de todos los ámbitos optaron por dejar su tierra, o fueron obligados a ello por las circunstancias: desde el Libertador José de San Martín (quien sólo vivió en su patria 16 de los 72 años que tuvo de vida), pasando por Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, y claro, el propio Perón, quien luego de ser derrocado, vivió exiliado en Paraguay, Panamá, Venezuela, Nicaragua, República Dominicana y finalmente en España. Regresó al país en 1972, ganó las elecciones de 1973 y falleció al año siguiente, pero su influencia cultural-política persiste.

Ya en este siglo, luego de la enésima crisis económica, el 2 de diciembre de 2001, una impopular disposición del gobierno, conocida como «Corralito», que restringía la extracción de dinero en efectivo de los bancos, terminó provocando un estallido social generalizado, con manifestaciones, bloqueos de rutas y calles, ataques a bancos y saqueos a supermercados en las principales ciudades del país. El 19 de diciembre el presidente Fernando De la Rúa (quien no era peronista, para variar, sino de la Unión Cívica Radical) anunció por televisión el Estado de sitio e inmediatamente después de finalizar el anuncio miles de personas salieron a la calle con el lema «Que se vayan todos». Al día siguiente las manifestaciones populares continuaban y fueron reprimidas por las fuerzas de seguridad con un saldo de treinta y nueve víctimas fatales en distintos puntos del país. Esa tarde De la Rúa presentó su renuncia a la Presidencia, abriendo un período de dos semanas de alta inestabilidad política y caos social, durante las cuales cuatro funcionarios estuvieron a cargo del Poder Ejecutivo, dos de ellos con el título de presidente de la Nación (Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde).

Entonces, el peronismo, esa hidra de muchas cabezas ponzoñosas, produjo una variante «progresista», «populista de izquierda», amiga de Cuba, de la Venezuela chavista y madurista, orgullosa miembro del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla: el kirchnerismo.

Si hay una palabra que hoy se asocia con los gobiernos kirchneristas es «corrupción».

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Argentina se prepara para unas elecciones generales -presidenciales, de gobernadores y parlamentarias- el próximo 22 de octubre. Curiosamente (un hecho muy raro en América Latina) los dos expresidentes y líderes de las principales opciones políticas, Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner, han decidido no volver a aspirar; tampoco el actual presidente, que bien se sabe solo fue una gris sombra reflejada del poder kirchnerista y que fue candidato por voluntad de su entonces poderosa mentora Cristina. ¿Habrá pensado en serio Alberto Fernández que él sería realmente el presidente de Argentina?

Recordaba David Rieff en un artículo de Letras Libres que en una entrevista concedida poco antes de su elección, Alberto Fernández se comparó con Hamlet al describir cómo era ser presidente electo. “Estuve mucho tiempo organizando campañas y un día me tocó ser candidato, pasé de ser director de la obra a ser Hamlet. Toda mi vida trabajé para ser Hamlet.” Pero como tuiteó el periodista argentino Andrés Fidanza después de leerlo: “Alberto usa nuevamente la metáfora de Hamlet. Entiendo el mensaje, pero mi humilde tip es que elija una obra en que al final no mueran casi todos.” Hoy una de las víctimas fundamentales es el propio presidente.

El peronismo, siempre dispuesto y presto a realizar cambios gatopardianos, está preparando el relevo de su lideresa. Y algunos incluso piensan que podrían ganar las elecciones; pero como afirma un analista: “Nunca ganó una elección presidencial el gobierno de un país con el 100 por ciento de inflación anual”. Mientras tanto, ella solo tiene una obsesión que no la abandona: cómo salvarse de la cárcel ante diversas acusaciones de corrupción -que según cálculos conservadores podría superar los mil millones de $-.

En el peronismo, con varios aspirantes, al final ha quedado como candidato Sergio Massa (expresidente de la Cámara de Diputados, y hoy Ministro de Economía, situación que ciertamente no lo ayuda). La coalición se llama «Unión por la Patria» (en substitución del «Frente para Todos»). Dicen algunos expertos en rencillas peronistas que si Massa gana la primera magistratura, lo primero que hará es «mandar a Cristina a criar sus nietos». No hay que olvidar que en el pasado Massa enfrentó a Cristina, la desafió e incluso la insultó.

La elección de Massa (con Agustín Rossi como candidato a vicepresidente) es la peor derrota posible para Cristina Kirchner. Dicen algunos comentaristas que esta fórmula es la «venganza final» de Alberto Fernández, luego de cuatro años de humillaciones. Por primera vez en 20 años (desde la llegada de Néstor Kirchner a la política nacional) el kirchnerismo no tiene presencia en el ticket presidencial.
Siguiendo con Shakespeare, en estos tiempos de nervios e incertidumbre en el partido peronista ante una crisis económica que abruma, soplan vientos macbethianos. Por ello, todos los líderes y aspirantes sonríen a las cámaras mientras se cuidan las espaldas y mantienen prestos sus bien afilados cuchillos. Y lo único al parecer seguro es que las palabras «Cristina» y «poder» cada día se muestran más distantes.

Eso sí, no hay que olvidar nunca que la palabra pragmatismo podría ser un invento peronista; no hay grupo político en las diversas sociedades humanas con una capacidad de mutación tan grande que puede ser un día fascista, luego de derecha neoliberal, o socialista del siglo XXI y procastrista: la ideología para el peronismo es mera literatura de campaña. Sus familias pueden un día fusionarse y luego escindirse sin ningún problema de conciencia. A fin de cuentas, el general Perón cambiaba de piel según soplaran los vientos de la política internacional.

El peronismo ha sido una forma de populismo que, a pesar de sus resultados discutibles, ha mostrado un talento admirable para sobrevivir.

Pero no hay análisis que no constate que la degradación y decadencia del kirchnerismo luce hoy imparable. Nuevas banderas peronistas aparecerán en el horizonte, eso sí es seguro. Cristina siempre buscó compararse con Perón, pero sin menos multitudes y ciertamente menos épica.

Sea cual fuere el camino que tome el peronismo, parte de una base concreta: en las elecciones locales y regionales últimas, en 2021, a pesar de ir unido, tan solo obtuvo un tercio del electorado, un poco más del 33%.

La coalición que en 2015 llevara a la presidencia a Mauricio Macri (Cambiemos), ahora se llama Juntos por la Patria; ¿Quiénes suenan como candidateables? Entre otros, Horacio Rodríguez Larreta (Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires), la actual ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y la diputada Elisa Carrió. Por ahora, las apuestas para las presidenciales están a su favor…

Habrá también ¿cómo no? un candidato de extrema derecha populista, Javier Milei, quien seguramente obtendrá muchos votos. Su partido se llama «La Libertad Avanza».

Hay que recordar, por cierto, que previamente deben realizarse el 13 de agosto las PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), un mecanismo propuesto por el kirchnerismo que ha sido impuesto a todos los partidos.

La Argentina, según Tomás Eloy Martínez, fue fundada por ficciones que se desentendían de la realidad o simplemente la desdeñaban; y tiene casi un siglo siendo un país que no aprende de sus tragedias, entre ellas una de las mayores es el peronismo. Y ese mal parece que será muy difícil de ser erradicado.

Otro problema fundamental, además, no es que el general Perón tuviese razón al afirmar que «todos son peronistas»; un tema muy de fondo es: ¿sabrá alguien acaso que es el peronismo hoy?