MARCOS VILLASMIL

 

En nota publicada hace poco en el diario digital español “The Objective” el intelectual y escritor colombiano Carlos Granés (cuyo libro más reciente, “Delirio americano” es justamente celebrado como uno de las mejores análisis que se hayan escrito sobre la accidentada historia de las ideas políticas, económicas y culturales en América Latina), afirmó lo siguiente:

“Quien quiera ver, en tiempo real, cómo funciona el populismo, a qué elementos emocionales recurre y cuál es la retórica con la que opera, no puede dejar de atender a lo que está ocurriendo en Colombia”.

Las esencias populistas de Gustavo Petro, siendo él militante de la izquierda revolucionaria desde su juventud, son mucho más letales que las de los populismos de derecha porque es un hecho histórico comprobado que las izquierdas -como se dice en España- cuando llegan al poder, incluso por vía democrática, tienden a no querer soltarlo, y recurren incluso a la fuerza para ello.

Apenas alcanzar el poder Gustavo Petro hubo los consabidos y automáticos mensajes de esperanza y de optimismo en la prensa nacional e internacional (recordemos -y aprendamos de – aquellos lejanos días cuando Claudio Fermín, antes de las elecciones de 1998, preguntado por la entonces periodista -hoy parlamentaria cubano-norteamericana- María Elvira Salazar afirmó que “él no dudaba que Hugo Chávez era un demócrata”).

Luego de un inicio con talante moderado y dialogante, buscando coaliciones parlamentarias para impulsar su programa de gobierno (ello unido sin embargo a constantes desprecios hacia el parlamento), no tardó mucho Gustavo Petro en mostrar otro rostro, el del ya canoso dirigente vinculado al Grupo de Puebla que organizó una fracasada Cumbre en Bogotá para intentar blanquear a su vecino y correligionario Nicolás Maduro. Inmediatamente después barrió del gabinete a las figuras moderadas, para plenarlo de incondicionales. Desde entonces no han parado las acusaciones en contra suya de corrupción (incluso de familiares cercanos, como su hijo y un hermano), nepotismo, y clientelismo. En ese huracán está por cierto involucrado su primer embajador en Venezuela, Armando Benedetti.

Al igual que el expresidente Ernesto Samper en 1994 (también figura importante del Grupo de Puebla) a Petro se le está acusando de haber recibido financiamientos irregulares -narcotráfico- para su campaña.

El mundo se le ha derrumbado, la popularidad ha caído por los suelos, y casi literalmente el presidente ha abandonado el Palacio de Nariño para convertirse en lo que siempre quiso ser, un guerrillero de la montaña (primero), un guerrillero de la calle y de las masas (después), amenazando con rayos y centellas a quienes cuestionan su naftalínica visión del mundo; como buen socialista la narrativa revolucionaria siempre se impone sobre la realidad, sobre los hechos.

Petro es tan extremista como lo era en su juventud, y una reciente visita a Alemania lo demuestra.

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En gira europea, y luego de pasar por Madrid con un lenguaje fiero y agresivo -llamó fascistas a los partidos no vinculados al Gobierno Frankenstein de Pedro Sánchez- en una conferencia organizada por la fundación socialdemócrata Friedrich Ebert, Petro defendió al comunismo, lamentando “que el Muro de Berlín hubiera caído”, lo cual “debilitó a la izquierda en el mundo” y causó una “destrucción del movimiento obrero a escala mundial”.

Este señor dándole lecciones de historia a sus anfitriones germanos, interesadamente olvidando las atrocidades de los regímenes que, como la llamada “Alemania Democrática” eran controlados desde la muy comunista Moscú.

Fascista es no respetar la separación de poderes. Ustedes son los fascistas, presidente Petro. Y quien dice fascistas, dice comunistas. Porque como ha sido dicho en otras ocasiones, el orden de los totalitarismos no altera el producto.

Petro olvida que el Muro no lo construyeron los alemanes del oeste, en ese entonces con gobiernos demócrata-cristianos que impulsaron el llamado milagro económico alemán (con el todavía exitoso modelo de Economía Social de Mercado a la cabeza), sino por los comunistas del este, temerosos que el país se vaciara ante la oleada de habitantes que huían porque querían vivir en libertad junto a sus hermanos de la República Federal.

El Muro de Berlín es uno de los símbolos más abyectos y horrorosos del totalitarismo comunista. El Muro de Berlín es la metástasis del proyecto socialista utópico que devino en un horror distópico. ¿Una prueba fehaciente, que también olvida interesadamente Petro? El más exitoso producto de exportación de la Alemania comunista fue la STASI (la Seguridad del Estado), que incluso llegó con su inhumanos métodos a la Cuba castrista en sus primeros años.

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En Alemania, Petro insistió en uno de sus temas favoritos de las últimas semanas: “me quieren sacar del poder”, “se está organizando un golpe blando en mi contra”. En su momento defendió a Pedro Castillo, hoy se siente tan supuesta víctima como él.

Tenía razón el inglés Malcolm Deas, a quien se tiene hoy, sin discusión, por padre de la moderna historiografía colombiana, cuando declarara antes de la segunda vuelta electoral que enfrentó el 19 de junio de 2022 a Petro con Rodolfo Hernández: “ambos candidatos son populistas”, añadiendo: “Me parece cómico que los colombianos bien pensantes, después de tildar mucho tiempo a Petro de populista, que lo es, aparece Hernández, que es un populista más vulgar, y ahora dicen que Petro es un gran líder de izquierda”.

“Petro sí es preocupante, o peligroso para unos, porque el tipo es un populista que dice que él es el mesías que encarna al pueblo y hace grandes discursos prometiendo el cambio que “nunca ha llegado a este sufrido país; (…) Petro no sólo es mesiánico sino además narcisista”.

Gustavo Petro Urrego, nacido en Ciénaga de Oro, el 19 de abril de 1960, bisnieto de emigrante italiano, economista, exguerrillero del Movimiento M-19, diputado, senador, alcalde de Bogotá, y que cambiaba de partido elección tras elección (como buen populista, lo único permanente es el caudillo y su liderazgo, todo lo demás está a su servicio) es “un demagogo que no asume sus errores, se victimiza y señala al enemigo del pueblo o al rico antipatriótico como responsable de su debacle” (Granés).

Él “ataca a la prensa y se encierra en una burbuja de fidelidades caninas impedidas de desviarse un milímetro de lo que ordena el pueblo, es decir, de lo que ordena él mismo”.

El presidente colombiano no protagoniza hoy una huída hacia adelante, sino hacia el pasado de sueños de guerrillero, de socialista revolucionario. La calle, el odio, el resentimiento y la división son sus instrumentos favoritos.

Para colmo, su bienamada calle la está perdiendo también, como lo han demostrado las multitudinarias «Marchas de la Mayoría», realizadas este martes 20 de junio en toda Colombia.

Colombia está conociendo -y sufriendo- hoy el verdadero rostro de este presidente. Y lo peor es que al eterno populista revolucionario Gustavo Petro, lo que le ocurra al vecino país en esta debacle parece no importarle.