JOSÉ RODRÍGUEZ ITURBE

El 1 de enero de 2023 comenzó el mandato de Lula II. Regresaba al poder después de un turbulento pasado inmediato. Había sido condenado a más de 12 años de prisión por corrupción y lavado de dinero. La acusación contra él estuvo centrada en el escándalo llamado Lava Jato (Lava Coches), a raíz del cual se le acusó de haber recibido dinero de las constructoras OAS y Odebrecht a cambio de contratos con Petrobras. Se señaló al Instituto Lula como la fachada para el cobro de los sobornos de las mencionadas constructoras. Estuvo 580 días en la cárcel. Las condenas contra Lula fueron anuladas por defectos procesales. El ponente de la decisión absolutoria en el Tribunal Supremo Federal (TSF) fue el magistrado Luiz Edson Fachin, de conocida trayectoria política izquierdista y nombrado en el TSF por Dilma Rousseff. Lula pudo, así, ser candidato y derrotar por estrecho margen a Jair Bolsonaro en la elección presidencial. Sus opositores, sin embargo, lograron el control de las dos Cámaras del Congreso y la mayoría de las Gobernaciones más importantes (entre ellas la de Sao Paulo, antigua base fuerte del PT lulista). Lula llegó en 2023 a Planalto con plomo en el ala. En vista de su nada fácil escenario interno pareciera dar prioridad, para su protagonismo personal, a la política exterior. La importancia de Brasil en el continente y en el mundo no había sido aprovechada por Bolsonaro; el escenario internacional era, por tanto, donde podría lucirse y ejercer el liderazgo huérfano de una izquierda que, con el Grupo de Puebla, se autoproclamaba “progresista”.

Los datos macroeconómicos de Brasil reflejaban, más que otra cosa, que el país que le dejaba Bolsonaro estaba, según los índices que suele destacar el FMI, bastante bien. La Inversión Extranjera Directa (IED), en efecto, había alcanzado en Brasil sus niveles más altos después de la pandemia, llegando a 51.060 MM de US$. Eso significaba un aumento del 102,7 % en comparación con 2021. Para septiembre de 2022 la IED superó en Brasil los 70.700 MM US$.

Las exportaciones de Brasil a los Estados Unidos habían visto un crecimiento en el último cuarto de siglo de 9,12 MM US$ en 1995 a 30,2 MM US$, lo cual indicaba un ritmo de crecimiento anualizado del 4,71 %. Por su parte, los Estados Unidos exportaron a Brasil, en 2021, 39,3 MM US$.

China es, en la actualidad, la principal fuente de inversión extranjera en Brasil. La inversión acumulada entre 2007 y 2020 fue de 66.100 MM US$. Tal suma representó el 47 % de la inversión de China en toda América Latina.

Para la Unión Europea representa el 34,4 % de su comercio con América Latina (equivalente al 2,1 % del comercio europeo a nivel mundial). La Unión Europea es la mayor inversora en Brasil, porque el el 50 % de la IED en Brasil procede de países de la UE.

Con tales datos, luce lógico que Lula II haya buscado en la gran política, la política exterior, el escenario para resucitar su ansiado estrellato. Pero no todo ha sido como él esperaba. La política exterior del Brasil de Lula II en este primer semestre ha sido intensa y aunque clara en cuanto a la línea ideológica (populista, “progresista”, antinorteamericana, tercermundista) no ha estado signada ni por el éxito ni por la coherencia.

A las pocas semanas de su toma de posesión Lula envió una delegación a Venezuela para reactivar a las paralizadas relaciones con la Venezuela de Maduro. Se negó también a respaldar una resolución de la ONU que condenaba la violación de los derechos humanos por el régimen tiránico de Ortega en Nicaragua. Permitió, así mismo, que buques de guerra iraníes llegaran a Brasil, en el puerto de Río Janeiro. Fue un comienzo con mal pie.

Brasil ocupaba, al iniciar Lula su presidencia actual, la presidencia rotativa del nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica). El presidente designado por Bolsonaro era el respetado economista Marcos Prado Troyjo, con una notable hoja de vida como académico e investigador. Al renunciar este al comenzar el nuevo gobierno, Lula designó a Dilma Rousseff para terminar el período correspondiente a Brasil que concluye en 2025. Lula asistió, en Shangai, a la toma de posesión de Rousseff de ese cargo en abril. Fue en el contexto de su visita oficial a la RP China, donde fue muy amistosamente recibido por Xi Jinping. Declaró entonces que se proponía fortalecer lazos políticos y económicos con China para contrarrestar y superar la hegemonía de los Estados Unidos y del llamado Mundo Occidental en los asuntos mundiales.

Actuando en esa línea y pretendiendo jugar al protagonismo en la gran política internacional se permitió Lula opinar sobre la guerra de Ucrania. Su opinión pretendía ser neutral y resultó ofensiva para quienes censuraron desde el inicio la invasión de la Rusia de Putin a Ucrania. Pareció identificarse con las posturas de Maduro, Ortega y Díaz Canel, quienes respaldaron interesadamente la invasión de Putin. Lula dijo, en síntesis, que los dos países, Rusia y Ucrania, tenían la culpa. Sus declaraciones fueron consideradas como una postura pro-Putin. El Canciller ruso Lavrov visitó rápidamente Brasil y extendió a Lula una invitación de Putin a visitar Rusia. Su agitada agenda internacional le ha impedido hasta ahora aceptarla. El vocero de la Cancillería de Ucrania, Oleg Nikolenko, expresó con amargura que Lula quería poner en el mismo nivel al agresor y a la víctima agredida. Lula hizo un llamado, entonces, a que los Estados Unidos dejaran de incidir en la guerra de Ucrania. Desde los Estados Unidos le acusaron de repetir como un loro la propaganda rusa y china. Aunque Lula admitió tímidamente, en su gira europea a Portugal y España, que Rusia no ha debido invadir a Ucrania, su calidad como gestor de paz no ha sido reconocida por su malabarismo un poco antagónico con la seriedad tradicional de la política exterior brasileña adelantada profesionalmente por Itamaraty. Insistió con terquedad en una oferta de un Grupo de Paz que mediara en la búsqueda del fin de la guerra en Ucrania. Según Lula, acompañarían a Brasil en tal tarea China y los Emiratos Árabes.

En la reunión del G7 en Japón el 20 y 21 de mayo evitó teatralmente entrevistarse con Zelensky, quien deseaba exponerle, cara a cara, la situación que su país vivía con la agresión bélica rusa. Pocos días después, ya de vuelta a Brasil tuvo lugar su desafortunado intento de revivir Unasur. No logró su objetivo. Fue entonces cuando se presentó como el padrino para la reivindicación internacional de Maduro. Condenado el dictador venezolano reiteradamente por la Comisión de Derechos Humanos presidida por la socialista Bachelet y estando pendiente su enjuiciamiento por crímenes de lesa humanidad por la Corte Penal Internacional, Lula asombró a los pocos Jefes de Estado asistentes a la reunión de Brasilia afirmando que las censuras sobre la situación de Venezuela obedecían a una “narrativa” adversa que era necesario cambiar. Recibió las críticas directas por tan obscena postura de los presidentes Lacalle Pou, de Uruguay, y Lasso, de Ecuador. La crítica más frontal y directa a Lula y a Maduro fue la realizada por Gabriel Boric, presidente de Chile. Boric, de postura publicablemente conocida de izquierda radical, reafirmó que era absurdo desconocer la realidad de la reiterada violación de derechos humanos en Venezuela, y, al igual que lo había ya hecho en ocasiones anteriores refiriéndose a Nicaragua y Venezuela, dijo que la violación de derechos humanos merecía censura inequívoca, donde quiera se presentaran, fueran gobiernos de derecha o de izquierda los que la realizaban. La “narrativa” de Lula ha pasado a formar parte de la antología del cinismo corrupto de cierto “progresismo” latinoamericano.

Putin organizó un Foro Económico Internacional en S. Petersburgo del 14 al 17 de junio de este año. Participaron más de 100 países y regiones. Ese Foro es visto como la contraparte del Foro Económico Mundial de Davos. El país invitado de honor este año fue Emiratos Árabes Unidos. Lula, por supuesto, fue invitado. Se excusó de asistir. De nuevo se ofreció como mediador de la paz en Ucrania, mencionando como posibles socios de Brasil en tales gestiones a China, Indonesia y la India. Volvió a hablar del tema al conversar con el Papa Francisco, rumbo a la reunión parisina convocada por Macron. Resultado; nada. Aunque se ofrezca como mediador, no resulta, evidentemente, un gestor confiable.

Nadie duda de la importancia continental y mundial del Brasil. Es un gran país que recibe y merece la atención de los grandes centros de decisión en asuntos políticos y económicos. Lo que sí es de dudar es que Lula II, con su imagen dañada por un pasado reciente que se esfuerza en que quede en el olvido; con su pérdida de poder interno; con su línea internacional cargada de resentimiento y prejuicios ideológicos, sea quien pueda eficazmente, para beneficio de un orden mundial signado por la paz y la justicia, resultar el operador más adecuado y eficaz. Hasta ahora no lo ha sido en este intenso primer semestre de su gobierno iniciado en enero 2023. Y no es un asunto de “narrativa”. Es el objetivo resultado de su realidad personal actual y de los dramáticos hechos que marcan esta hora.