Escribo estas líneas varios minutos después del zarpazo del Tribunal Supremo chavista, brazo armado jurídico de la dictadura. Entre los primeros en responder a este nuevo y grave atentado del régimen contra la voluntad mayoritaria de la población estuvo uno de los precandidatos, César Pérez Vivas, quien en X afirmó brevemente, pero con claridad y contundencia, que “sigue el pánico en la cúpula roja, los efectos de la primaria del 22 de octubre no dejan dormir a Maduro y a su entorno. Ya el país eligió a María Corina como la candidata de la unidad, como la líder de la sociedad democrática y eso no lo podrá suspender ninguna “sentencia” del TSJ”.
En estos momentos la palabra unidad adquiere matices que no deben ser expresados sólo mediante palabras sino con hechos, con el apoyo decidido a la Comisión Nacional de Primaria, y a nuestra candidata, bajo ataque de quienes deberían velar por el respeto a la constitución, y que no lo hacen porque son un órgano sumiso a la tiranía.
Más que nunca, se requiere que se apiñe toda la sociedad democrática nacional, regional y local, líderes y ciudadanos de a pie, del mundo partidista, pero también de las diversas vertientes sociales, en torno a la decisión que de forma firme asumimos los venezolanos, dentro y fuera del país, el 22 de octubre, de enfrentar por la vía electoral al régimen, teniendo como capitana de la inmensa nave criolla a María Corina Machado.
Todos los venezolanos debemos hacer que nuestra voz en unidad inconmovible la escuchen también los países amigos de la democracia y de la libertad, manifestando nuestro profundo desacuerdo con decisiones que violentan, una vez más, las disposiciones constitucionales.
En el pasado los apoyos democráticos resultaron fundamentales y legitimaron decisivamente la causa de los demócratas.
Esa legitimidad se renovó, de forma decisiva, mediante una Primaria exitosa y ejemplar. Y por ello las muestras de desconcierto, miedo, incluso de pánico de parte de la dictadura.
Como sus jefes, los vasallos del TSJ tienen miedo. Por eso actúan de la manera en que lo han hecho.
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¿Qué efecto tendrá esto en el diálogo de Barbados, y los acuerdos allí firmados? Muy temprano para decirlo, lo que aparentemente se ratifica es que el régimen no parece, una vez más, estar dispuesto a hacer de Barbados, de México, de Noruega o de la Conchinchina un hecho que lleve a acuerdos sinceros, urgentes, y que se respeten.
Hay que recordar que un verdadero diálogo es un hecho cotidiano en una sociedad donde impera una democracia real, ciudadana. Pero el diálogo que se ha intentado en Venezuela por años no es un diálogo normal, u ordinario, sino extraordinario. Ya lo recordaba hace siete años el padre Luis Ugalde, en nota publicada en agosto de 2016, donde señalaba que “lo que hace falta en Venezuela es el diálogo extraordinario, al que se acude en situaciones extremas de catástrofe y de enfrentamiento radical. Solo se asume en serio cuando ambas partes llegan a la convicción de que no pueden aniquilar a la otra, ni continuar la guerra, o que el tiempo debilita la propia posición e imposibilita la solución”.
El diálogo que ha perseguido el Gobierno en todos estos años ha sido simplemente para ganar tiempo, buscando agotar y dividir al adversario. El diálogo que hemos deseado todos los ciudadanos es para que se restablezca lo más pronto posible la democracia, que ha sido violada por un cuarto de siglo, que inmediatamente se atienda la emergencia humanitaria, y para poner los cimientos de una reconstrucción nacional en libertad, seguridad, justicia y paz.
El arma fundamental que ha usado el régimen es la promoción y búsqueda de la división de la oposición. No caigamos una vez más en esa trampa.
Un dato central, que por años fue mencionado por el liderazgo opositor, es que todo diálogo debe basarse en el respeto a los preceptos constitucionales; sin ello, el supuesto encuentro es peor que una cortina de humo, es una burla sangrienta a la cada vez más desesperada población venezolana.
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Esta hora necesita y exige políticos con visión, grandeza, preparación y amor por Venezuela. En Venezuela, hoy, esa imagen radiante y decidida está recogida en nuestra candidata, María Corina Machado.
Mientras, por el lado del régimen, las acciones que ejecutan se parecen cada día más a las de un amigo de los aquelarres generados en La Habana: si los venezolanos de bien tenemos a María Corina y la luz que su carisma y voluntad irradian, los chavomaduristas parecen buscar imitar en sus torpes procedimientos al tirano nicaragüense perdido en las tinieblas del mal, Daniel Ortega.
Nada bueno pueden esperar los que aquí intentan copiarlo en su inhumana desmesura.
No han tomado en cuenta un dato: si algo manifiesta Ortega en sus actuaciones cada vez más aberrantes, es un miedo creciente. Ya no gobierna, solo agrede, insulta y veja. Ha tomado como objetivo central de su acción fiera e inhumana a la Iglesia Católica, sus instituciones y sus prelados.
El miedo, se nota cada día más en Ortega, no es libre. Está indisolublemente atado a quien traicionó los valores esenciales de su nación.
Lo mismo le está pasando a la casta tiránica que en mala hora llegó al poder en Venezuela, y que, en su pánico creciente, no se da cuenta que está enfrentando la voluntad de millones de ciudadanos que no quieren seguir siendo esclavos.
Sería recomendable que tuvieran en cuenta esta frase del Libertador: «Todos los pueblos del mundo que han lidiado por la libertad han exterminado al fin a sus tiranos.»
NOTA PUBLICADA en AMERICA 2.1 (americanuestra.com)