Baltazar Enrique Porras Cardozo (Caracas, 10 de octubre de 1944): Cardenal, Arzobispo Metropolitano de Mérida y Administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Caracas. Doctor en Teología Pastoral y Miembro de la Academia de la Historia.

Si el poder no se entiende como servicio se convierte en un arma mortífera. Destruye a las  personas manipulándolas a su antojo. Y eso es lo que hemos tenido hasta ahora.

Las mayorías buscan un referente que les garantice que las cosas pueden y van a ser distintas.

 

Entrevista de Macky Arenas

 

_ En varias ocasiones, la Conferencia Episcopal Venezolana ha dicho en sus exhortaciones pastorales que lo que está pasando en Venezuela es “moralmente inaceptable”. ¿Qué significa exactamente y qué implica?

Hay que partir de la postura de la Iglesia en materia de Doctrina Social cuando se aborda el  concepto de democracia. Si se trata de una democracia que no es plural, que no admite la disensión, que lo que quiere es imponer de manera autoritaria una forma de conducir la sociedad, eso rompe  la equidad y, en lugar de generar progreso y bienestar, más bien ahonda la brecha entre ricos y pobres, no sólo en lo económico sino en todos los órdenes. Hemos sido testigos del deterioro del sistema democrático que tuvo, por cierto, grandes logros desde 1958 en adelante.

Lamentablemente, durante los años 90, por las razones que todos conocemos, llegó el olvido de lo que debía ser la preocupación fundamental de cualquier político: el bien de la gente. Al ocurrir esto, sigue la tentación de siempre en América Latina, esperar una respuesta mesiánica, de esos que ofrecen villas y castillos y todo resulta en frustración porque esas opciones desembocan en todo lo contrario. Eso es lo que hemos vivido a lo largo de estas dos décadas. Es moralmente inaceptable que no haya la posibilidad de un desarrollo humano integral e igualitario de las personas. Ello requiere una reconstitución de la sociedad venezolana.

 

_ Para señalar  la dimensión  del perjuicio que se le inflige a una sociedad, se ha acuñado el concepto –que, por cierto, salió de Cuba-  de «daño antropológico». Aproximándonos a la realidad en Venezuela, ¿usted cree que la crisis humanitaria en que estamos inmersos es una muestra de esa lesión a lo esencial del ser humano en los planos emocional, ético, social y también espiritual?

Indudablemente que sí. Estos sistemas que quieren  dominarlo todo, tienen una consigna muy parecida a la  de Sendero Luminoso –el grupo terrorista peruano liderado por Abimael Guzmán- “Lo único importante es el poder, lo demás es ilusión”. Hay que mantenerse en el poder, no importa si ello significa llevarse por delante los derechos humanos, aplastando al que se atraviese, para que una cúpula haga lo que quiera con la sociedad. Es una de las características que ha llevado al episcopado a proclamar que esto es inaceptable moralmente, sobre todo si se hace pretendiendo predicar la igualdad, la ayuda al pobre, cuando lo que vemos  son índices negativos en todos los órdenes.

El daño antropológico es una realidad porque esto rebaja la condición humana a la condición de esclavo. En semejante esquema la persona no es libre, no es ciudadano, es un soldado dependiente que sólo debe obedecer a los de arriba en lugar de ejercer la ciudadanía en un marco de libertad, a lo cual todas las personas humanas tenemos derecho.

 

_ Hace apenas días, circularon sondeos que reflejan el rechazo del 63% de la población a un presidente, tanto del gobierno como de la oposición; que el 80% cree que los políticos de oposición los han engañado y no han hecho lo suficiente para conseguir un cambio en la conducción del país. Igualmente, las cifras indican que la población está convencida de que no es a través del diálogo, ni con elecciones ni acuerdos como se logrará un cambio político, sino con un “evento inesperado”. ¿Será el “mesías” ese evento inesperado?

Precisamente, son esos datos que mencionas los que evidencian ese daño ético y moral en la población. Eso de no creer en nadie ya pone de relieve una prevalencia de la emocionalidad y no de la racionalidad, lo cual lleva a esperar acontecimientos imaginarios que tal vez nunca lleguen.  El mal que vivimos no es un castigo de Dios, ni nos cayó del cielo. Es producto de los errores que la sociedad comete. Cada uno de nosotros, como miembros de esta sociedad, tenemos resortes que activar, aportes que hacer para superar esta situación y mejorar nuestras vidas. Por eso, toda esa manipulación a través de los distintos tipos de diálogos intentados, ha producido tal desconfianza que no se cree en nadie. Pero uno no tiene que hablar con quien quiere sino con quien le toca y los actores que están implicados tienen que entender y asumir su papel, porque no puede ser la fuerza o la represión la que  conduzca a la felicidad que anhelamos y a la que tenemos derecho.

 

Si hay actores cercanos a las regiones y  las comunidades son los sacerdotes y obispos. Por eso tienen la posibilidad de pulsar de muy cerca las aspiraciones y necesidades de la gente.  Desde la Iglesia, a estas alturas, ¿qué impresión tienen del desempeño de la  dirigencia opositora en Venezuela?

Diría que no solamente la dirigencia opositora, también la oficialista, están divorciadas de la gente. Se siente, se palpa en todos los comentarios que escuchamos cuando visitamos las comunidades. ¿Por qué crees que la Iglesia mantiene una alta credibilidad en la sociedad venezolana? No es porque seamos héroes ni hagamos las cosas mejor, es porque nos mantenemos cerca de la gente y compartimos sus problemas y su día a día, aunque no tengamos  las respuestas ni la posibilidad de resolver siempre. Ese es el déficit que  este pueblo encuentra en quienes debían ser sus líderes y más consecuentes acompañantes.

Notamos en la dirigencia,  de un lado y de otro, que su contacto con la masa popular es pobre. Se limitan a actuar mediáticamente, a distancia. Para colmo, sólo le hablan a los suyos, a sus seguidores o partidarios. No tienen  presente que vivimos en un mundo plural y que no se trata de quién es amigo o enemigo, sino que todos tenemos la misma condición y todos tenemos que sentirnos incluidos. Se trata de aceptar, mediante el discernimiento -que es un proceso inteligente, no de fuerza ni de imposición- que la vía es encontrar, entre todos, la solución a los problemas comunes.

 

¿Ustedes no sienten que están haciendo o les están pidiendo hacer lo que corresponde a los líderes políticos?  Eso puede escalar a  niveles de esperar y hasta demandar del Papa que nos saque de esta trampa-jaula en la que solitos nos metimos. El Papa ni votó por Chávez ni hace nada por perpetuar a Maduro. ¿Qué interpretación tiene para eso?

La parte positiva es que en la dirigencia de la Iglesia venezolana no hemos tenido la tentación de convertirnos en los protagonistas y buscar el poder, cosa que ha pasado en América Latina más de una vez. Eso es un elemento auspicioso y la gente percibe a las claras que la postura nuestra es la denuncia profética, no la búsqueda de un beneficio sectorial para personas o grupos. En estas circunstancias, eso tiene un valor enorme y nos permite mantenernos cerca de la gente y fieles a un mensaje, sin otras pretensiones. Sentimos que eso se sabe y se valora.

 

_ Me refiero a una especie de clericalismo político que aspira a buscar en la Iglesia las directrices de lo que hay que hacer…

En este punto debo decir  que nos ha tocado asumir, como Iglesia y subsidiariamente, lo que no nos corresponde. El detalle está en cómo lo asumimos. Lo hacemos señalando rutas, proponiendo líneas de acción, valores en los cuales hay que trabajar, lo que es parte de una labor social-educativa. Tratamos de que sea el convencimiento personal y grupal el que lleve a buscar y encontrar las soluciones. Lo hemos vivido, sobre todo en estos últimos años, conversando con gente de un lado y del otro. Indagamos en el interés que mueve a  cada dirigente político y, aún conviniendo en que es el poder el principal objetivo, si ello no se entiende como servicio en función de la sociedad y de las personas,  se convierte en un arma mortífera porque destroza y manipula a su antojo. Y eso es lo que hemos tenido hasta ahora.

Los políticos suelen venir buscando que les digan lo que deben hacer. No -les contestamos- son ustedes, dirigentes, los que deben generar las propuestas y buscar las soluciones. Nosotros sólo podemos aconsejar desde cierta perspectiva y hasta cierto punto. El Papa Francisco está señalando líneas muy interesantes en esta coyuntura de la guerra en Ucrania. Hay que buscar los caminos de la paz, hay que construirlos aunque no será con más armas a ver quien aplasta al uno o al otro. Es la racionalidad la que nos debe guiar en esa búsqueda.  Alguno dirá que el papa es comunista o capitalista, pero a él lo que le importa es el drama humano de la pobreza, de la violencia, del exterminio entre los seres humanos; así que, al margen de lo que se piense, lo único claro es que ése no puede ser el camino.

En nuestra realidad venezolana nos hace falta ese criterio  y sobre ello hemos insistido. Estoy convencido de que la dirigencia política, de ambos lados, no valora a la sociedad venezolana. El venezolano no es tan bruto ni ignorante como para que se encoja de hombros ante todo lo que estamos sufriendo. El problema es que no tiene referentes y opta por  padecer. Hay la necesidad de un liderazgo que no va a ser nunca un santo de altar, sólo con cualidades, sin defectos. Pero se le exigirá tener por delante un programa de acción y valores sólidos que lleven a lo fundamental: generar igualdad de oportunidades y ocasiones para crecer. Sin eso, no vamos a ninguna parte y la gente lo ha aprendido.

 

_ Como pastores, la política no es asunto de ustedes pero sí tienen un compromiso cuando es la dignidad humana lo que está en riesgo, como bien lo dijo Juan Pablo II. ¿Qué acercamientos ha propiciado la Iglesia con y entre los factores opositores?

Son muchos los que a lo largo de estos años hemos promovido, no sólo con la dirigencia política, sino académica, con el sector empresarial, gremial. Ocurre que estos regímenes de corte marxista son exitosos en señalar defectos y fácilmente convencen a la gente de que tienen las respuestas. Esto me recuerda el consejo de uno de mis grandes profesores  en la Universidad de Salamanca: “Hay que  hacer caso a los análisis de la realidad que suelen hacer desde la izquierda; pero, cuidado, porque las soluciones nunca han sido buenas.  Hay que buscar en otra parte”.  Y esa otra parte es educación en ciudadanía para que seamos protagonistas y no simplemente montoneras detrás de cualquier caudillo.

 

Es que a veces la sensación que uno tiene es estar asistiendo como convidados de piedra al holocausto del país. Ante esa realidad, cada quien tiene su lectura, su propósito individual  y su cálculo. Una auténtica arquitectura del desastre. Algunos repiten que democracia es  diversidad. Pensando desde el punto de vista humanista y moral: ¿se justifica eso en nombre del pluralismo?

Es uno de los factores que no permite encontrar solución a esto. Cada grupo se erige en dueño de la verdad absoluta cuando la verdad hay que construirla. No es absoluta. Nadie  posee el monopolio de la verdad. De nuevo recuerdo al Papa con su insistencia -y la nuestra acá en este contexto- en que hace falta un diálogo. Pero dialogar no es simplemente conversar o sentarse a verse las caras, es admitir que hay que encontrarse con el otro. El Papa se lo dijo a los comunicadores en estos días: hay que escuchar con los oídos del corazón.

En otras palabras: si yo no acepto al otro y no le concedo ni la sal ni el agua, estamos ante un juego trancado.  Hay que plantarse unos frente a otros sabiendo que todos tienen la misma dignidad y que todos tienen cosas que son buenas, aunque no necesariamente se compartan. Sólo en el encuentro, en dilucidar en qué nos podemos poner de acuerdo podemos caminar juntos, avanzar. No se trata de ver quién elimina al otro. En la historia hay ejemplos interesantes de auténticos líderes que no escucharon solamente a los suyos, pues  veían claro que no era el camino. Una de las bondades del Pacto de Puntofijo fue precisamente esa capacidad.

 

_ Hoy, en este país, pasamos de largo de la polarización. Ya las posturas parecen mineralizadas, inamovibles, y tal vez ese rechazo al liderazgo indica que lo que necesitamos es un cambio de elenco. Recientemente, el Papa lo dijo claro: “Nadie es indispensable”, refiriéndose a los movimientos eclesiales y a quienes buscan eternizarse en los  cargos. ¿ Eso no vale para la política?

¡Indudablemente que sí! Porque una de las mayores tentaciones de la política es eternizarse.  Una de las tentaciones a Jesús en el desierto fue la del poder. El poder siempre tiende a ser absolutista, ante lo cual el ser humano debe estar consciente de su fragilidad, de su limitación, de que no debe concentrar todo en su mano  sin  ceder nada a los demás.

 

_ Sabemos  que la política es un tablero de juego, a veces más simple de lo que creemos, pero esas tentaciones lo hacen complejo y el pragmatismo se impone. ¿Cuándo comienza un liderazgo de oposición, creyente o no, a estar ante un problema de carácter moral ineludible?

En el daño antropológico está la clave. Hay que saber dónde está el centro de las cosas y resulta que está en la periferia, fuera de mí. Es el bien del otro el que puede traerme un bien a mí.  Allí hay un elemento que supone una gran capacidad de reflexión y de saber ceder. Ser consciente de que yo no construyo el bien y la equidad imponiendo una única manera de pensar ni de llevar las cosas.

 

_ Como quiera que el desafío de la Iglesia es dar esperanza, y teniendo en cuenta que Iglesia somos todos, ¿cómo resumiría la responsabilidad del político católico en este momento?

En este contexto hay un elemento clave para nosotros, creyentes: sin educación y formación en valores, cualquier solución que presentemos, así sea objetivamente la mejor, no sirve. Si no hay el convencimiento de cómo ese valor se comparte y se hace realidad en la sociedad, de nada vale lo que se haga. Desde lo religioso, insisto en que sin conversión y sin revisión constante lo que hacemos y cómo lo hacemos, sin permanente reforma de nosotros mismos y de nuestra labor, todo es endeble, vulnerable.  La revisión es para no  quedarnos estancados y también para que superemos esa tentación de sentirnos dueños absolutos del poder que, de paso, hoy en día no se ejerce ni en el hogar. Nada que se imponga por la fuerza puede  convencer.

 

_ Si se abren los caminos para Venezuela la Iglesia se verá frente a un compromiso mayor. Llegará ese momento y ustedes, nuestros pastores, tendrán un papel fundamental en la recomposición del tejido social tan deshilachado en este país. ¿Cómo se plantean su papel?

Somos muy conscientes, sobre todo desde la reflexión del Concilio Vaticano II para acá, de los pasos que hay que dar en estas circunstancias. Se nos ha enseñado que es fundamental la defensa de los  valores y que si hoy nos toca estar al lado de quienes luchan, en el momento en que pasen a ser gobierno no se trata de plegarse, sino de alertar y prevenir acerca de que se comienza a desempeñar el rol de faro, lo cual es delicado y comprometedor. No se puede hacer reverencias al poder y aceptar todo lo que pretenda. El mejor ejemplo lo tenemos hoy en Cirilo (Kirill) en medio de la guerra en Ucrania. No por estar a la sombra del poder se tiene poder real.

 

_ A menudo escuchamos sentenciar que el venezolano es apático, que se ha entregado y usted mismo ha dicho que en Venezuela no hay resignación sino represión. ¿Cómo nota la diferencia?

Mi convicción es que el venezolano no es en absoluto apático. Pero a veces sucumbimos a la cultura cantinflérica, eso de sobrevivir incluso entre quienes me quieren aplastar. De nuevo, no es porque no se percatan de la realidad de las cosas sino porque no hay referentes que garanticen que las cosas pueden y van a ser distintas. Eso es lo que anda buscando la mayoría de la población venezolana.

 

_ ¿Un referente?

Si, un referente.-