JUAN JOSÉ MONSANT ARISTIMUÑO
Abogado, Diplomático. Exembajador venezolano en El Salvador.
El llamado Foro de Sao Paulo debe su nombre precisamente a la ciudad donde se fundó e instaló por primera vez esta organización política de ideología continental; la muy conocida ciudad industrial de Brasil o el motor económico del quinto país de mayor extensión territorial existente. Eso fue el primero de julio de 1990 por invitación expresa de Luiz Inácio da Silva, en ese entonces Presidente del Partido de los Trabajadores de Brasil, al cual asistieron unos sesenta partidos y movimientos del continente y el Caribe, militantes o simpatizantes de la llamada izquierda institucional.
Pero la creación de este Foro regional no fue iniciativa de Lula –que bien podría haberla sido-; fue iniciativa de Fidel Castro, quien a finales de los ochenta durante una visita de Lula a Cuba, le propuso al brasileño convocar un gran encuentro continental con personalidades, partidos y movimientos afines a la causa antimperialista y antineoliberal; replantearse la toma del poder a través de procesos electorales, y redefinir las estrategias, dogmas y políticas a la luz de las nuevas realidades internacionales y el desmoronamiento económico, político, ideológico y militar del bloque soviético.
Una de esas realidades fue la presagiada caída del muro de Berlín en 1989, la situación incierta de la aún existente Unión Soviética que conllevaba la imposibilidad del sostenimiento económico de la isla y, en general, todo un cúmulo de acontecimientos internacionales que condujo al académico Francis Fukuyama escribir un ensayo (1989) titulado “¿El fin de la Historia?” refiriéndose al fracaso del modelo económico estatista marxista, el fin de la Guerra Fría y el posicionamiento definitivo del modelo neoliberal insertado en las democracias occidentales.
Predicción que poco tiempo después se vendría abajo y que ameritó una nueva publicación del autor sobre el alcance de su análisis inicial.
Lo cierto es que con el derrumbe del estatismo marxista y las pretensiones imperiales de dominio mundial de la Unión Soviética, al finalizar la Segunda Guerra Mundial la alianza pactada por Joseph Stalin con Occidente con el fin de derrotar al nazismo se desvanece, abriendo pasó a un largo periodo de confrontación no armada conocido como “la Guerra fría” entre la URSS y los Estados Unidos de América junto a sus aliados europeos tradicionales, que conformarían la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Washington, 04.04.1949).
Esta alianza militar defensiva se impuso ante las pretensiones soviéticas de expandir su influencia y dominio en Europa Oriental y Central, sumadas a sus pretensiones de control sobre Grecia, Noruega, Turquía, Checoslovaquia y, posteriormente en la propia América Latina y el Caribe, con el arribo al poder de Fidel Castro Ruz en enero de 1959. Hecho que se produce en plena agudización de la Guerra Fría, otorgándole a los soviéticos la oportunidad de penetrar un espacio geopolítico estratégico bajo influencia directa de los Estados Unidos de América, la cual materializó por diversos medios, el económico, subversivo y desestabilizador; apoyándose para ello en una infraestructura institucional generalizada en el subcontinente americano, carente de instituciones sólidas, de escaso y mal distribuido desarrollo económico y una historia turbulenta de revoluciones e intentonas golpistas de cualquier índole.
La Guerra Fría durante las décadas de los sesenta y setenta coincidió con los procesos de descolonización, y el surgimiento del Movimiento de Países No Alineados (MPNA) que tiene su antecedente en la postura del Mariscal Broz Tito de Yugoslavia al predicar el socialismo independiente, y confrontar la política hegemónica de la Unión Soviética. Es así como junto a Jawaharlal Nehru de la India, Gamal Abdel Nasser de Egipto, Ahmed Sukarno de Indonesia y Kwame Nkrumah de Ghana, el primero de septiembre de 1961 estos cinco jefes de Estado firmaron en la ciudad de Belgrado, antigua Yugoslavia, el tratado de la fundación del Movimiento de Países no Alineados, que continúa vigente hoy, con más de 120 países miembros, aunque con poca influencia determinante en el trazado de la geopolítica mundial.
Esa etapa (la Guerra Fría y los procesos de descolonización) analizada desde el presente, fue determinante para el contexto de lo que ahora sucede en la comunidad internacional.
En esos años la agresividad soviética se hizo presente en nuestra región de una manera ofensiva y determinante –nada diferente a la que ahora despliega una Rusia no comunista ni de partido único, sino de trazados geoestratégicos superados por la historia, como el alcance del concepto del “espacio vital”, nacionalismo, soberanía, centralización del poder público–.
En esas décadas, surgen en Centro y Suramérica movimientos guerrilleros de corte marxista que optan por la toma del poder por medios violentos. Movimientos que reciben el apoyo financiero, asesoría y entrenamiento directamente de la Unión Soviética, o a través de Cuba: los Tupamaros de Uruguay, los Montoneros de Argentina, el FPMR, el MIR, el VOP y el MJL en Chile, Sendero Luminoso en Perú, Alfaro Vive en Ecuador, FARC y ELN en Colombia, el MIR y las FALN en Venezuela. Estos dos últimos fueron derrotados en el campo y en las ciudades por unas Fuerzas Armadas nacionalistas e institucionales comprometidas con el modelo democrático que se inició en 1958, y la conformación de objetivos nacionales comunes de los principales partidos políticos del momento, gremios empresariales, laborales, academias e iglesias cristianas, entre ellos la Reforma Agraria, la masificación de la educación, la salud, las vías de comunicación y la industrialización del país.
Quizá por esos objetivos nacionales las guerrillas no lograron imponerse, como tampoco los dos levantamientos militares marxistas, El Carupanazo y el Barcelonazo, y se logró derrotar en la playa de Machurucuto un intento de invasión armada de guerrilleros cubanos y venezolanos entrenados en Cuba (Fernando Falcón, “Machurucuto 1967: La guerra que le ganamos a Cuba”. Promacos, 2022).
Paralelos a estas intervenciones territoriales como las del Che Guevara en Bolivia, la crisis de los misiles de Cuba, y las posteriores en Nicaragua y El Salvador, la expansión comunista cubano-soviética se proyectó hacia el mundo académico, político y cultural del llamado Tercer Mundo con el fin de captar simpatizantes con las causas independentistas, la solidaridad y el antiimperialismo, a través de conferencias y asociaciones internacionales que, de una u otra forma, ayudaran a debilitar la influencia de los Estados Unidos en las respectivas regiones e ir generando la certeza de que, a través de las democracias liberales existentes no se podrían alcanzar los propósitos de los cambios necesarios para el bienestar general de los pueblos.
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Es así como se articula, convoca e instala la llamada Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina, conocida igualmente como la Primera Tricontinental de la Habana, realizada entre el 3 y el 15 de enero de 1966, con la participación de más de 82 naciones de los tres continentes, y cuyos objetivos fueron: lucha por la liberación nacional, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, apoyo a Cuba contra el imperialismo estadounidense, el desarme y la paz mundial.
No llegó nunca a realizarse la Segunda Conferencia Tricontinental, pero sí que se creó, nuevamente en Cuba en 1967, y por iniciativa de Salvador Allende, la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), cuyo objetivo era impulsar la lucha armada como medio para alcanzar el poder y el establecimiento de estados socialistas en América Latina, lo que a la larga no se pudo coordinar y menos implementar por los acontecimientos regionales y mundiales de reacción frente a esta pretensión, a lo que se sumó la contradicción entre la Unión Soviética y China, y el acercamiento de los Estados Unidos hacia este último país bajo la administración Nixon y su Secretario de Estado, Henry Kissinger.
Paralela a esta realidad, las grandes corrientes ideológicas políticas occidentales como la socialdemócrata agrupada en la Internacional Socialista (IS), la Internacional Liberal (IL), la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) y la Internacional Demócrata Cristiana (IDC), intentaban coincidir sus respectivas programaciones políticas sustentadas en valores republicanos democráticos, el respeto a la libertad de opinión, el bien común, la alternabilidad en el poder público y la economía de mercado con sus diferentes variantes, entre ellas la llamada economía social de mercado, implementada al fin de la segunda guerra mundial en Alemania por la corriente socialcristiana, dirigida en ese entonces por su Canciller Federal Konrad Adenauer.
De tal forma que, a medida que el mundo se globalizaba, y no solo en lo económico-comercial, la necesidad de globalizarse en el comportamiento social fue una consecuencia de lo primero, que aún se encuentra en su etapa de elaboración sin concluirse o preverse el cómo y el cuándo, de superarse las tensiones antropológicas y de convivencia en el interior de cada país, y entre los Estados de la comunidad internacional entre sí.
En el presente sólo el ecumenismo entre las diferentes religiones pareciera que tiene posibilidades de darse, o al menos de los cristianos entre sí, entre cristianos y judíos, y entre ellos y el budismo (aunque esta última no se considera una fe religiosa como tal). El otro diálogo, el interreligioso con el islam avanza, aunque con mucha dificultad dado que en determinadas corrientes internas del mundo musulmán, aún no han logrado superar su propia Edad Media, al negarse aceptar el principio de separación entre la religión y el Estado.
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Estas últimas elementales reflexiones nos conducen necesariamente al Foro de Sao Paulo y su repentina reaparición en nuestra región, como factor de desestabilización de los modelos democráticos actuales, y su sustitución por gobiernos centralistas conviviendo con algunos principios de las leyes del mercado e institucionalidad republicana. Esto debido a que el marxismo como modelo económico de desarrollo y bienestar ciudadano fracasó totalmente, incluso su pretensión de crear al “hombre nuevo”. Fracasó en la Unión Soviética, en Cuba, el Europa Oriental, en Corea del Norte y hasta en China Popular, que optó por una economía de mercado tutelada por el Partido comunista, modelo que insertó en Vietnam, y que de alguna manera pretende ser adoptado por el actual régimen venezolano, ante la catástrofe económica y humanitaria generada en estos últimos veinte años, luego de haber ensayado todas las expresiones estatistas de gestión económica y de control social, bajo la tutela de Fidel Castro primero, y luego de sus incompetentes sucesores.
Hugo Chávez alcanzó el poder en 1998, y casi de inmediato se produce un nuevo boom petrolero que le llevó a obtener ingresos públicos inimaginables e incontrolables, dada la cooptación de la totalidad de los poderes públicos y, Luiz Inácio (Lula) da Silva, el que concretó el Foro de Sao Paulo, alcanzó el poder presidencial de Brasil el primero de enero de 2003. Ya para el año 2002 Hugo Chávez había decidido y asumido no solo el respaldo incondicional de Fidel Castro sino la implementación del capitalismo de Estado bajo la tutela del líder único, bajo cuyas órdenes se encontraba la totalidad de los poderes públicos, incluyendo el electoral, junto a la incondicionalidad de las Fuerzas Armadas, desde ese momento relegadas a ser el brazo armado del llamado Socialismo del Siglo XXI, a la militancia política del PSUV y a la libertad del enriquecimiento ilícito de sus comandantes (como instrumento de futuro control, si fuere necesario).
Luego del frustrado golpe cívico-militar del 11 de abril del 2002, meses después de aparente reconciliación con la sociedad civil e instalación del primer diálogo de convivencia bajo el patrocinio de la OEA, Chávez optó por romper definitivamente con el modelo democrático de convivencia y por alinearse en lo político con los regímenes autoritarios y totalitarios de cualquier signo. China, Rusia, Irán, Corea del Norte, Irak, Turquía, Bielorrusia, Uganda, Argelia, son sus nuevos aliados y socios comerciales. Rompe relaciones con los Estados Unidos e Israel, otorgándole a Venezuela el carácter vetusto de antiimperialista, antidemocrático y antisemita característico de la antigua Unión Soviética y sus aliados.
Chávez conoció a Lula da Silva en 1996 (dos años antes de su elección presidencial) durante la celebración del Octavo Foro de Sao Paulo celebrado en San Salvador, El Salvador, donde llegó invitado por sus organizadores (ya había visitado Cuba y dado su famoso discurso en la Universidad de La Habana). Allí conoció a sus anfitriones, los comandantes del FMLN Schafik Hándal, Sánchez Cerén, José Luis Merino, Nidia Díaz, en ese momento parlamentarios de la Asamblea Nacional salvadoreña y miembros del Comité Central del partido. Antes de esa fecha, y hasta el 2003, el Foro de Sao Paulo tenía una influencia, digamos marginal frente al poder político real que se le atribuye hoy; con escasos recursos económicos y limitada presencia continental, más allá de comunicados o declaraciones que normalmente se quedaban en unas pocas líneas referenciales en los diarios donde se llevaba a efecto la reunión.
En 1990, cuando se funda el Foro de Sao Paulo, la izquierda marxista continental y aquellas organizaciones o movimientos socialistas o antisistema existentes se encontraban desorientados, traumatizados o inhibidos; en búsqueda de una reorientación ideológica, luego de la Caída del Muro de Berlín y la posterior disolución de la Unión Soviética. Solo la lucha contra el neoliberalismo y la no aceptación del modelo de democracia liberal les identificaba. Además, en ese momento y hasta 1999 solo el menguante Fidel Castro era el único gobernante perteneciente al Foro.
La decisión de Chávez de convertirse en una referencia internacional y líder indiscutible de Latino América y el Caribe, fue apuntalada y sostenida de manera casi ilimitada por las divisas provenientes de la venta del petróleo, que buena parte de ellas fueron destinadas a financiar en todas sus expresiones a candidatos o partidos aspirantes al poder. Entre ellos el propio Lula da Silva (2003), Néstor Kirchner (2003), Tabaré Vásquez (2004), Evo Morales (2005), Michelle Bachelet (2006), Rafael Correa (2006), Daniel Ortega (2006), Fernando Lugo (2008), José Mujica (2009), Mauricio Funes (2009), Dilma Rousseff (2010), Ollanta Humala (2011), Salvador Sánchez Cerén (2014), Cristina Fernández de Kirchner (2015), Alberto Fernández (2019), Gustavo Petro (2022).
Dos anécdotas sobre esta estrategia de toma continental resaltan la situación. La primera, en la campaña electoral del coronel Lucio Gutiérrez de Ecuador (2002), un enviado de la cancillería venezolana fue evidenciado entregando un maletín contentivo de 500 mil dólares para sus gastos electorales. La segunda, un venezolano viajando con funcionarios de alto nivel argentino, en una aeronave oficial argentina, fue descubierto pasando dos maletas contentivas de 800.000 mil dólares destinados a financiar la campaña electoral de Cristina de Kirchner.
Lo anterior, viene al caso porque en los últimos meses se ha generado una especie de efecto demostración al señalar o atribuirle al Foro de Sao Paulo todo tipo de conspiraciones tendientes a desestabilizar los regímenes democráticos de la región, y en consecuencia las rebeliones, quema de edificaciones públicas y privadas, cuestionamientos de las instituciones democráticas, identificación con la ideología de género, símbolos cristianos como representativos del “statu quo”, y hasta el equilibrio y separación de los poderes públicos. Una especie de organización siniestra supranacional gobernada por una federación de partidos y movimientos antidemocráticos capaz de hacer tambalear el orden legal del continente americano y el Caribe, y apoderarse del poder mundial, tal como lo pretendía Spectre, aquella organización maligna contra la cual se enfrentaba James Bond.
Algo puede haber en esa impresión, pero estimo que se sobrevalora la organización y sus integrantes, sobre todo en estos momentos que muchos de los gobiernos de izquierda identificados con el Socialismo del Siglo XXI han caído, y surgido gobiernos democráticos tradicionales, cuyos políticos de izquierda o no, lo primero que resaltan es no querer repetir el caso Venezuela, al tiempo que denostan contra sus pillos gobernantes.
Deberíamos situarnos preferiblemente en ubicar en qué falla el sistema democratico tradicional, que los pueblos no se sienten identificados con el mismo; en todo caso. Pareciera que no ha existido el espíritu del “aggiornamento”, en la actual generación política e intelectual. Si bien es cierto que el continente alcanzó estabilidad democrática y se luchó por ella hasta alcanzar lo deseado, también lo es el hecho de la existencia generalizada de una gran frustración colectiva, que se expresa de diversas maneras, desde la Patagonia hasta los Estados Unidos.
Se inicia con el rechazo a los partidos políticos como conductores de la cosa pública, para pasar al desgano, la indiferencia y el desdén por el sistema democrático tal como se presenta, para luego pasar a la violencia expresada por diversas vías. Ya no es suficiente la separación de poderes, ni la libertad de expresión (muchas veces condicionada por grandes corporaciones económicas o de otras índoles), ahora el ciudadano exige paz social, seguridad, satisfacción. Le preocupa el clima, y busca compartir los beneficios de la democracia liberal, equitativamente, la calidad de la educación y la salud pública.
Esto nos lleva al modelo económico liberal o la llamada anteriormente la Escuela de Chicago y a la economía social de mercado, practicada no solo en Alemania, sino en los países escandinavos y en la mayoría de los países europeos occidentales. El caso presente de Chile es muy sintomático; se alza toda una generación contra lo que se creía el modelo económico y democrático más exitoso de nuestra América, pero había algo que no existía en la sociedad, la paz social, la educación accesible, el sistema de salud pública cónsono con la riqueza del país, y una mayor separación entre entre la concentración económica cada vez más en pocas manos o corporaciones, y el menor grado de disponibilidad monetaria para la gran mayoría de la población que no puede costearse una educación universitaria gratuita o accesible, obtener salarios representativos, un plan de retiro digno y la garantía de una atención médica y hospitalaria, cónsona con el frío “ingreso per cápita nacional” o el PIB exhibido.
Es necesario repensar la democracia; no fue la misma de los griegos que la diseñaron, pero era limitada a determinados ciudadanos. Tampoco la instaurada en la Constitución estadounidense en 1787, que Alexis de Tocqueville la situó, por sus instituciones y libertades, por encima de los resultados liberales, institucionales y prácticas democráticas europeas luego de la Revolución francesa.
Hay que evitar la tentación de la evasión, al atribuirle al Foro de Sao Paulo un poder que no tiene; al propio tiempo que se expresa una incapacidad de afirmación en lo que se cree, teniendo la seguridad que la democracia tiene instrumentos para mantener sus valores fundacionales adaptándose a los cambios epocales, para preservarse y enfrentar a quienes la adversan.
Finalmente: los venezolanos tenemos conciencia de no vivir, comportarnos ni actuar en democracia, sin embargo continuamos haciéndolo como si fuera posible terminar con el actual régimen, indescifrable por demás, convirtiéndonos en prisioneros de nuestra realidad, con la ilusión que la democracia por sí sola, conceptualmente, sobrevivirá por encima de las circunstancias actuales.
Se impone tomar conciencia de que ningún país de los integrantes del Foro de Sao Paulo tiene como objetivo repetir el modelo Venezuela. En consecuencia, no debemos desestimar el señalamiento del profesor Denis Rosenfield, profesor de Filosofía de la Universidad de Rio Grande do Sul y fundador del Instituto Milenium, un think tank que apoya el liberalismo económico “… hoy en día el Foro de Sao Paulo es el «enemigo perfecto», una necesidad más de la derecha que de la izquierda.