GEHARD CARTAY RAMÍREZ
Gehard Cartay Ramírez es abogado por la UCV, dirigente político demócrata cristiano, escritor, diputado al Congreso de la República (1974-1992) y gobernador del estado Barinas por elección popular (1993-1996). Autor de varios libros sobre la historia política contemporánea de Venezuela.
Este es un tema, aunque parezca insólito, del que no se han ocupado –como deberían– el sector analítico del país y, menos aún, la mayoría de la dirigencia opositora.
Algo extraño, sin duda. Porque habiendo sido la relación entre Venezuela y Cuba un tema histórico de importantes repercusiones, antes y ahora, resulta insólito –insisto– que no se haya producido una mayor y más contundente insistencia en su análisis y denuncia. Más insólita aún resulta la falta de reacción de un grueso sector de los venezolanos ante un invasor depredador como lo ha sido y lo sigue siendo el régimen castrocomunista cubano.
Se trata también de algo ilógico, porque desde 1959 la influencia de la denominada Revolución Cubana ha resultado, de una forma u otra, absolutamente nefasta para Venezuela. Parece mentira que desde aquel pequeño país antillano y en distintos momentos, varios sucesos hayan tenido repercusiones desgraciadas para nosotros, condicionando, para mal, la reciente historia venezolana. Y no sólo la nuestra: en América Latina y África, su descarado intervencionismo también lo ha demostrado.
En Venezuela, desde que el castrocomunismo asumió el poder en Cuba, hemos sufrido su influencia perversa. Aquello comenzó tan temprano como el 25 de enero de 1959 cuando Fidel Castro –a escasos días de haber entrado con sus guerrilleros a La Habana– hizo su primer viaje internacional y vino a Caracas, donde fue recibido clamorosamente. En tal ocasión, habló con Rómulo Betancourt, ya presidente electo y próximo a tomar posesión de su cargo. Le pidió entonces la friolera de 300 millones de dólares. Betancourt le dijo que no, y Castro, por lo visto, no lo olvidó jamás.
Hay que recordar, así sea fugazmente, esa historia que algunos olvidan y otros desconocen: a principios de los años sesenta, Castro y su régimen encandilaron a un sector ultraizquierdista de la juventud venezolana, adscrito al Partido Comunista (PCV) y al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), desprendimiento de Acción Democrática (AD), que luego pretendió imitar aquí aquella aventura triunfante en Cuba.
Pocos años después, a partir de 1962, el dictador cubano comenzó a entrenar y financiar a las guerrillas en Venezuela para implosionar la naciente democracia venezolana y cumplir el imposible proyecto de convertir al continente latinoamericano en otra Sierra Maestra. A mediados de 1963 el gobierno de Betancourt anunció que había capturado en Punta Magoya, en las playas de Falcón, una gran cantidad de armamento de guerra, proveniente de Cuba. En este empeño intervencionista transcurrieron varios años y en mayo de 1967 el castrocomunismo propició una invasión armada por Machurucuto, Estado Miranda, formada por milicianos cubanos y guerrilleros venezolanos. En todo caso, esa aventura terminó siendo otro intento inútil, vencido por las fuerzas militares leales al régimen democrático.
Anteriormente, sin embargo, habían ensayado la vía del golpe de Estado, acompañado de insurrecciones militares como El Barcelonazo (junio de 1961), El Carupanazo (mayo de 1962) y El Porteñazo, (junio de 1962), producto de la infiltración comunista en la institución castrense. Esas aventuras fracasaron por la decidida actuación de la mayoría institucionalista de las Fuerzas Armadas Nacionales. Al final, derrotadas las guerrillas y las sublevaciones militares, optaron por el terrorismo urbano, con una secuela lamentable de muertes de civiles inocentes. También fueron vencidos en aquella aventura criminal. Posteriormente, sectores revisionistas del PCV y del MIR plantearon el abandono de tales prácticas y el regreso a la lucha democrática y electoral.
Se produjo luego un obligado receso en los intentos castrocomunistas por dominar a Venezuela. Más tarde se normalizarían las relaciones entre ambos países, al punto de que en 1989 Fidel Castro sería la gran atracción en la segunda toma de posesión presidencial de Carlos Andrés Pérez. Por cierto que también condenaría luego la intentona golpista en 1992 y enviaría entonces a Pérez un meloso telegrama de solidaridad.
Las relaciones entre CAP y Castro constituyen otro capítulo que habrá que estudiar a fondo, porque pareciera que aquel también fue seducido por Castro a partir de los años setenta. Todavía en 1998 –en plena campaña electoral–, el ex presidente Pérez defendía al dictador cubano: en un programa televisivo con Marcel Granier señaló que Estados Unidos y Chávez tenían un acuerdo para aislar a Castro (¿?). Los interesados pueden acceder a Youtube y constatar aquel hecho extravagante.
Pero el oportunismo de Castro y su nunca disimulado propósito de apoderarse del petróleo venezolano lo llevaría en 1995 a recibir a Hugo Chávez como si fuera un jefe de Estado, luego de que este saliera de la cárcel y cuando aún nadie lo veía como un candidato presidencial con posibilidades. Castro, sin embargo, también lo deslumbró y lo cortejó, con lo que hizo un buen negocio con antelación.
En 1999, al tomar Chávez el poder, comenzó el segundo proceso intervencionista del castrocomunismo cubano en Venezuela, que se ha extendido hasta la fecha. Pero esta vez fue consentido: el régimen venezolano solicitó la tutoría castrista en diversos órdenes hasta el punto que hoy somos un país ocupado por la dictadura cubana, que no sólo se beneficia financieramente de esa relación parasitaria, sino que, además, influye descaradamente sobre las decisiones chavomaduristas.
Lo que en octubre de 2000 comenzó con la firma un convenio petrolero entre ambos países para la entrega diaria de 53.000 barriles de petróleo, financiados a largo plazo, a una tasa del 2 por ciento –condiciones incumplidas por la dictadura cubana–, ha terminado extendiéndose a todos los ámbitos de la estructura del Estado venezolano, con especial incidencia en materia de identificación, notarías, registros, salud y educación, entre otros. Ha sido tal el dominio castrocomunista que ahora somos, en la práctica, una colonia suya, único caso en el mundo donde un país más extenso y con mayores recursos se somete a la potestad de otro, pequeño y miserable.
En todo este tiempo, como se sabe, la dictadura cubana ha saqueado una parte importante de nuestras riquezas, comenzando por el petróleo, y recibido centenares de miles de millones de dólares, a cambio de asesoramiento político, militar y de inteligencia al régimen, que en nada beneficia a los venezolanos, aparte del pago de miles de médicos traídos de la isla, cuyos conocimientos y habilidades profesionales han sido puestas en duda por sus colegas venezolanos y significado un peligro real para los pacientes que han tratado en nuestro país.
La Revolución Cubana nunca ha sido un ejemplo a seguir, a despecho de la persistente y costosa propaganda que siempre la ha presentado como un dechado de virtudes, sueños y prístinos ideales, gracias a una campaña orquestada por el castrocomunismo y grupos de intelectuales que le han sido afectos. Les funcionó por algún tiempo. Hoy cada vez más se alejan aquellos que en algún momento asumieron su elogio y defensa.
Sólo un régimen autoritario y militarista como el que padece Venezuela puede plantearse a Cuba como el modelo a seguir, colocándose de espaldas a la historia y en abierto retroceso en la lucha por la democracia y las libertades. Y lo más grave: permitiendo el saqueo indiscriminado de nuestras riquezas por parte de esa dictadura parasitaria.