MARCOS VILLASMIL
Marcos Villasmil es editor de América 2.1 y miembro del Consejo Editor de Encuentro Humanista
NOTA PUBLICADA ORIGINALMENTE EN «EL VENEZOLANO» Y EN «AMÉRICA.2.1».
Hace un año el pueblo de Cuba le mostró al mundo el verdadero rostro del totalitarismo castrista. Expuso la mentira de su inmenso aparato de propaganda, ayudado por tontos muy útiles en la socialdemocracia y partidos similares, entre “influencers” -esa nueva profesión más llena de pompa que de contenido serio-, de actores y actrices de Hollywood que en superficialidad extrema alaban lo bien que los tratan en la Isla.
Mientras tanto, el pueblo cubano, sufriendo. Y el 11-J le dijo al mundo, “no aguanto más”. En palabras recientes de un sacerdote católico: «El pueblo de Cuba está sobreviviendo y la peor pobreza es la de la falta de libertad. Aparte de la miseria económica, vivimos la miseria del miedo, de la emigración, de la falta de valores. Otro tema urgente es la falta de medicamentos, no se puede conseguir ni un paracetamol ni un ibuprofeno, por supuesto no hay tampoco antibióticos».
Para los venezolanos, no puede ser un tema menor. Muy al contrario. Tenemos 22 años entregados como colonia ante la gerontocrática dictadura castrista, por decisión de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro, para quienes -lo han demostrado muchas veces- ayudar al régimen inhumano cubano es mucho más prioritario e importante que el bienestar de los venezolanos.
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Lo que está en juego en ambos países es la democracia no sólo como concepto, sino como expresión vivida de los valores esenciales de la persona humana. Por ejemplo, no puede analizarse el futuro de Cuba, hoy ausente del grupo de naciones libres, sin entrar a discutir de qué hablamos cuando hablamos de democracia. La oposición cubana, tanto la interna como la de la diáspora, está consciente de la necesidad de ir más allá de la crítica a la situación actual, para entrar al terreno de la oferta de un modelo alternativo.
Cuba -y Venezuela también- necesitan, cada nación según sus propias circunstancias, el retorno de la política, es decir de la democracia y sus instituciones.
¿Qué tienen en común ambos regímenes de gobierno?
-La legitimidad principal no es jurídico-positiva, sino carismática. Fidel y Chávez han sido caudillos de hipócrita exaltación beata, unos símbolos totalitarios que absorben, ahogan y controlan todo y a todos.
-Para fidelistas y chavistas la clave está en sembrar la división, exacerbar rencores, envidias y conflictos viejos o nuevos.
-Ambos confían en el poder militar, como protector y garante de un “socialismo cuartelero”.
-Los dos gobiernos son egregios violadores de los derechos de la persona humana.
-En los dos países se desarrolla una estrategia económica centrada en la progresiva destrucción de la iniciativa privada, o en todo caso, su reducción, control y vigilancia por la burocracia estatal, creando falsas “burbujas de bienestar” mientras la inmensa mayoría sufre todo tipo de carencias.
-En Cuba y en Venezuela se ofrece un contrato social paternalista, donde la soberanía ciudadana cede paso y se entrega, junto con sus derechos políticos, sociales y económicos, a cambio de ciertas cuotas de supervivencia material (en el caso venezolano ello ha estado claramente presente en las llamadas misiones sociales). El ciudadano, para los Castro y Chávez y sus seguidores, debe convertirse en vasallo.
-Ambos regímenes centran su política exterior en supuestas amenazas externas y en alianzas con toda clase de autoritarismos.
-La batalla por el futuro de Venezuela también se libra en Cuba, la batalla por la liberación de Cuba se decide también en Venezuela.
-En realidad, esta no es una confrontación entre consignas de opuesto signo ideológico. No es capitalismo contra socialismo. Ni siquiera libertad contra opresión o democracia contra dictadura. Es eso, pero también mucho más. Este enfrentamiento final podría más bien definirse como una lucha encarnizada entre las fuerzas que promueven el bienestar y las que intentan encadenar a todos a la miseria y la infelicidad, bajo el dominio de la voluntad de unos autócratas desalmados.
-En Cuba y Venezuela se ha buscado hacer una amalgama unitaria de los conceptos de patria, estado, gobierno, líder, ejército, pueblo. Se intenta identificar cultura con ideología y la nación con un jefe único y supremo. Nada de democracia, sino una muy militarizada monarquía hereditaria.
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Tengamos siempre claro que cualquier derrota de la autocracia venezolana les duele a los sátrapas cubanos, y cualquier traspiés de los Castro afecta a sus pares criollos. Las opciones de lucha son claras. Sin dudas, y sin titubeos.
En Cuba y en Venezuela se ha experimentado como en muy pocas otras partes el cómo convertir seres humanos en robots al servicio del Estado totalitario. El daño antropológico ha sido grave. Parafraseando una afirmación de Hannah Arendt, un cubano y un venezolano son alguien, no algo.
Trabajar a favor de una Cuba y una Venezuela democráticas implica entonces que hay que fortalecer la conformación de concertaciones, de la unidad interna, más allá de la política partidista, que solo por esa vía podrían ganar respaldo y reconocimiento internacional. Una concertación dispuesta a trabajar hacia las muy ansiadas inclusión y reconciliación. Dentro de un escenario que es diferente, sin liderazgos caudillistas.
El 11-J demostró de forma clamorosa que el gobierno castrista ya no posee el control de los ciudadanos. Hay una pérdida paulatina de miedo. Y su única respuesta ha sido la represión.
Mientras, el tiempo pasa inexorable y ya no juega a favor de la cada vez más envejecida casta gerontocrática, la “generación de 1959” gobernante por más de medio siglo. La realidad irrumpe decisivamente en Cuba. Las aperturas y los cambios en la nación cubana para unificar de nuevo a sus hijos de dentro y de fuera vendrán, pero como toda acción humana, habrá que trabajar arduamente por ellos. Y esa lección nos toca asumirla también a los venezolanos.