LEANDRO AREA PEREIRA
PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA (UCV), Y DIPLOMÁTICO JUBILADO

«No profeso ese universalismo de quienes se autotitulan ‘ciudadanos del mundo’. Antes que todo y primero que todo, soy venezolano. Siento y pienso como ciudadano. El interés por mi país lo antepongo, resueltamente al de otra nación«.

Rómulo Betancourt – El País. 11 enero 1944.

Esa frase de Rómulo Betancourt pudo ser perfectamente dicha por un presidente colombiano (adaptándola a sus circunstancias, obviamente), que ha habido muchos con un supremo amor por su tierra, como debe ser. ¿Y cómo se relacionan dos naciones vecinas en lo geográfico, en lo económico, en lo cultural y en lo histórico? ¿Ahora, con la llegada al poder de Gustavo Petro Urrego en Colombia, qué puede suceder en este inevitable contacto entre nuestros países?

No es fácil vislumbrar futuros ni siquiera presente; me considero, a la hora de las identificaciones, como un persistente observador comprometido, crítico y propositivo, en relación a todo lo que tenga que ver con el funcionamiento de ambos países y por supuesto, de cómo andan sus relaciones. Además, en mi caso particular pudiera decirse también que hoy soy pesimista, entre otras razones, por no ser ni siquiera simpatizante y menos aún militante de las causas que encarnan los presidentes Petro Urrego y Maduro Moros.

Comienzo por constatar que, en 1958, hace apenas 64 años, ambos países casualmente iniciaron procesos democráticos como sistemas políticos de vida institucional y desarrollaron políticas exteriores e internacionales basadas en principios de libertad y de lucha contra la dictadura. En Colombia fue con el Frente Nacional; en Venezuela con el Pacto de Puntofijo.

Este encuentro democrático primó también en las relaciones entre los dos países que atravesaron por supuesto situaciones de bemoles y de sostenidos, de avances y retrocesos, pero que vistas desde la perspectiva del presente, fueron tremendamente positivas.

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Esta situación de relativa continuidad en la relación colombo-venezolana se terminó definitivamente en 1998 con la llegada de Hugo Chávez al poder. A partir de allí se inicia en Venezuela un traumático y galopante proceso de desvalijamiento de toda la estructura democrática anterior y se instaura un sistema de vida conocido como Socialismo del Siglo XXI, que es el que hoy estamos padeciendo; mientras tanto, Colombia que busca persistente la paz, convive y aprovecha al gobierno de Chávez para comprometer al gobierno cubano en el que era su objetivo vital: lograr la paz sin medir las consecuencias que ahora padecemos.

Dos países, ora tan distintos ora tan distantes, desconfiados el uno del otro, con permanentes relaciones tirantes, asimétricas, antagónicas; con democracia en crisis en una de sus partes y con dictadura en ascenso en la otra, entre las dos se produjo el más puro chantaje bilateral. Fue la característica más destacada de su reciente cohabitación. Después en ese tinglado, cuando ya no fue necesario, se vino todo abajo. Y entonces terminan rompiéndose esas relaciones formalmente en 2019, aunque la verdad sea dicha, estaban ya desvencijadas desde hacía ya algún tiempo.

Ahora bien, hoy se está iniciando una relación “inédita”, que tiene de especial a dos presidentes que se llaman de izquierda, por primera vez en la historia de ambas naciones, en un continente plagado de izquierdismos y fracasos, que han anunciado en el caso colombo-venezolano unas primeras decisiones y han dado los primeros pasos para “restablecer y normalizar” sus relaciones.

La prioridad parece ser, además de nombrar embajadores y abrir consulados, restablecer el comercio fronterizo, al mejor estilo neoliberal. Porque además si vemos números y establecemos realidades, nos damos cuenta de que esa prioridad es irrealizable e ingobernable por utópica. Y, además, ¿de cuándo acá es prioridad para gobiernos socialistas el intercambio comercial? Pero en todo caso es algo. ¿Quién podría estar en contra? Hay mucha gente ilusionada con estos sueños. Ojalá no conviertan a la frontera en el paraíso de los bodegones, al mejor estilo venezolano.

Que qué proponemos entonces, nos dirán. Les respondo que ya estamos cansados de diagnósticos sobre la frontera común, sobre la cual hay cientos de estudios y proyectos para todos y cada uno de los interminables temas de esa realidad compleja que es la frontera.

Ya desde 1963, volviendo a la historia, los presidentes Guillermo León Valencia y Rómulo Betancourt, solicitaron al Banco Interamericano de Desarrollo un informe sobre las posibilidades de la frontera colombo-venezolana, que fue entregado en 1964 y que con alguno que otro capítulo nuevo, sería un interesante punto de partida. Por allí reposan también los informes de la Comisión para Asuntos Fronterizos y la Comisión de Negociación, que funcionaron entre 1989 y 1999. Hay también, es verdad, nuevas realidades, todas negativas, que habría que enfrentar de manera conjunta, pero esto es harina de otro costal.

A lo que vamos ahora, a lo que debería ser el foco central de las relaciones colombo-venezolanas, el punto clave, nodal diríamos, y más si de dos gobiernos socialistas se trata, es el de concentrar preocupación, esfuerzo y decisiones, pragmatismo solidario, en los problemas humanitarios que tanto venezolanos como colombianos padecen bien sea por persecución, desplazamientos forzados, crisis política, económica y social, humana, en suma, y que han huido de sus respectivos países buscando alivio a sus penurias. Agréguele usted a los sempiternos habitantes de esa frontera común que pareciera que ya no pertenece ni a Colombia ni a Venezuela, tercer país, quinta frontera, que padecen miles de penurias históricas, unas viejas y otras no tanto.

Hacia ellos debería concentrarse el esfuerzo del proyecto político común, para así “normalizar” la existencia de tanta gente que sufre. Sería un gran aporte de estos gobiernos que hoy coinciden, quién sabe hasta cuándo, en esa franja compleja y no sin contradicciones y pugnas entre ellos mismos, “izquierda cobarde”, que es la que constituyen los partidos e ideologías de izquierda en Latinoamérica desde México hasta la Patagonia, que por vía electoral ha accedido al poder, es verdad, y que pueden salir de él por vías similares, si es que no se perpetúan en el mismo, como ha sido y es, hasta ahora, el caso venezolano.

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No obstante lo dicho ¿cuál puede ser una prioridad fundamental en política exterior de Gustavo Petro Urrego?

Viendo la debilidad de sus pares presidenciales que comparten ideología (los Castillo, Boric, etc.), el colombiano debe tener aspiraciones de liderazgo continental. Este primer mes de gobierno ha sido híper quinético y ha dado muestras evidentes de esa ambición. Si no, miremos el discurso reciente de Petro ante la ONU. Mesiánico, bíblico, apuntando con su dedo acusador a los culpables por los males de este mundo.

La política exterior le está sirviendo de instrumento para trabajar en dicho objetivo y el verdadero canciller de Colombia lo ha sido él mismo. Ha opinado o descrito líneas de acción sobre lo que se refiere a Venezuela, Chile, Argentina, la OEA, Perú, los pactos subregionales, Nicaragua y los acuerdos de definición fronteriza, la política antidrogas y demás. En otros aspectos ha sido cauteloso como por ejemplo en la relación de Colombia con los Estados Unidos. Del Golfo de Venezuela, ni palabra. Ha ido creando calculadamente su propio mapa de acercamientos y distancias, de dudas y claridades, suscitando expectativas de todo género en Colombia y en el exterior. En las vecindades ni se diga.

Es así que en el caso venezolano es ahora cuando comienzan a despejarse dudas. Venezuela es una jugada más en su tablero de ajedrez compuesto por cálculos y arquitecturas. Este vecino no es fundamental para Colombia sino en la medida en que se constituya, como otrora lo fue para el presidente Santos, en un operador sumiso, confiable y eficiente en su programa para lograr la que él denomina La Paz Total, tema vital de su campaña electoral y de su gobierno.

En comunicación firmada en Bogotá el 11 de septiembre del año en curso, Petro Urrego solicita a Maduro Moros: …”su activación como país garante, su autorización y cooperación en el proceso de paz que estamos reiniciando”, ahora con el Ejército de Liberación Nacional, ELN. Maduro Moros por su parte y por supuesto, aceptó.

Y por si las dudas, hay cosas que ofrecer a cambio, a saber: el reconocimiento pleno de Maduro como presidente legítimo de Venezuela; el desconocimiento por lo tanto de Juan Guaidó como presidente interino; Monómeros “de vuelta a casa”. Y la joya de la corona, el retiro de la demanda contra Maduro ante la Corte Penal Internacional, que por supuesta violación a los Derechos Humanos hiciera en 2017 el entonces senador Iván Duque.

A todas éstas, la “normalización”, la “gradualidad”, el comercio con Venezuela, los vuelos, los pasos de frontera, los poetas y demás fotografías, son algarabía mediática, bien recibida, quién se atreve a decir que no, para adornar el tema central: las ambiciones de liderazgo de Petro en un continente a la deriva. El portaestandarte principal de las banderas del Grupo de Puebla.

Ya veo en Venezuela a muchos confundiendo los principios con las papas, cuando la verdadera pregunta para los venezolanos es si esta “nueva” relación con Petro-Colombia sirve para salir de la dictadura de Maduro o antes bien la atornilla. Cohabitar es verbo pegajoso, sobre todo en estos tiempos…

Al final cada uno es cada cual, y cada quien a defender sus intereses. Recordemos que fue Lord Palmerston -Primer Ministro británico en el siglo XIX- quién por primera vez acuñó la frase «Las naciones no tienen amigos ni enemigos permanentes, solo intereses permanentes».

Entre Petro Urrego y Maduro Moros, cada quien tratará de sacarle provecho a una relación que estará llena más que nunca de discursos sobre el amor, la paz, la hermandad, y el cariño entrañable que nos tenemos, aderezados ahora con la clásica verborrea socialista, especialmente en el Palacio de Nariño y en el de Miraflores.

¿Y los ciudadanos de a pie? Bueno, a lo de siempre. A ejercitar una vez más la paciencia, teniendo claro que los milagros políticos en estas tierras no existen y la esperanza no es una palabra que se lleve bien con gobiernos socialistas.