UCRANIA: UNA GUERRA CONTRA LA HUMANIDAD

Familias ucranianas abandonando el país (CNN)

EDITORIAL

 El humanismo y la persona bajo ataque

 

Miles de notas se han publicado y se siguen publicando en todo el mundo en relación a la bárbara agresión del autócrata Vladimir Putin -claro heredero de Lenin y Stalin- contra la digna y heroica Ucrania. Sobresalen dos aproximaciones: las económicas y las geopolíticas. Al analizar causas y consecuencias, ambas olvidan un factor fundamental: los principios, la cultura. Porque cuando decimos que se ataca a Occidente y sus valores, no son solo factores económicos o de relaciones de poder los que se vulneran, los que se buscan destruir.

El periodista norteamericano David Brooks, en nota reciente, recuerda que de joven, recién desaparecida la Unión Soviética, fue corresponsal de The Wall Street Journal en Europa del Este; en ese momento organizaciones regionales y mundiales de todo tipo se hacían presente en Rusia a fin de ayudar a reconstruir una sociedad con tantas décadas bajo la bota comunista, para promover la democracia. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue que todos los diagnósticos y escenarios que se elaboraban eran exclusivamente económicos. Los valores cívicos, las ideas, tradiciones y costumbres, la cultura de solidaridad, la creación de instituciones sociales y políticas centradas en lo que hizo grande a Occidente, eran obviadas. Lo educativo y lo ético no parecía ser prioritario.

Se olvidaba que la grandeza de Europa y de Occidente, y la prevalencia de la libertad, no han sido consecuencia de unas políticas financieras determinadas, o de tales subvenciones agrícolas, o de unos aranceles más o menos comunes, logros valiosos sin duda, pero no fines sustantivos.  Se necesita en primer lugar entusiasmar la educación, la creatividad y el civismo en el alma humana.

Las consecuencias las estamos viendo hoy, con una Rusia bajo el férreo control de un autócrata inhumano, beneficiador y beneficiario de una élite de plutócratas que solo viven para magnificar sus ganancias, a costa de lo que sea.

En Encuentro Humanista creemos que Occidente, más allá de los debates inevitables sobre el poder, el armamentismo, relaciones de fuerza o de economía, debe volver al origen de su grandeza, a los principios y valores humanistas, hacerlos presente y sembrarlos para que crezcan de nuevo donde realmente importa, en el corazón de los ciudadanos amantes de la libertad. Quizá no nos quedan más comienzos, dijo alguna vez ese gran pensador europeo, George Steiner, al notar el «cansancio esencial» de Occidente, luego de un siglo XX que se preveía lleno de promesas y que fuera traumatizado por dos guerras mundiales, y un aparente triunfo sobre el comunismo que no obstante dio paso a la profundización de sociedades centradas en meras complacencias materialistas, donde  prevalecen la banalidad y el vulgarismo en muchos productos culturales de consumo.

Valdimir Putin -también ha sido dicho- le ha hecho un gran favor a a humanidad: el mundo libre, hoy de nuevo unido, debe revisar su entramado institucional, y ciertamente rearmarse, pero no solo de cañones y tanques, sino de valores y principios. Necesitamos un nuevo comienzo donde presente, pasado y futuro se encuentren en un espacio en el que se ensanche la dignidad humana.

Toda actividad humana es diálogo, el pensamiento centrado en valores fructifica en el diálogo sobre lo que nos une. Y el diálogo es hijo de Occidente, de ese encuentro maravilloso entre diversas culturas europeas que guerrearon entre sí por siglos, que han dado frutos de grandeza y de horror, pero que asimismo fueron capaces de reunirse en ese gran logro protagonizado por humanistas cristianos como Konrad Adenauer, Alcide de Gásperi, Robert Schuman y Jean Monnet, que constituye hoy la Unión Europea.

Las democracias deben tener siempre presentes el cómo y el porqué de sus orígenes. Y no olvidar que los principios que les dieron origen derivan tanto de Atenas como de Jerusalén, de la polis y del monte Sinaí, de la razón y de la fe trascendente.

El diálogo es inseparable de las grandes realizaciones culturales, artísticas y políticas de Occidente, tierra de origen de los grandes sistemas filosóficos, de muchas de las mejores creaciones estéticas, de la ciencia centrada en la experimentación y la razón. Hay carencia de diálogo en el mundo del siglo XXI. La democracia es dialógica por esencia y naturaleza; los autoritarismos y caudillismos son inevitablemente monólogos sordos del líder entronizado.

Frente a la deriva autoritaria en buena parte de la izquierda política, cultural y académica, que se ha rendido en el altar del culturalismo identitario, creando un nuevo frente de ataque totalitario – ya prefigurado por George Orwell en su novela 1984-, y que defendiendo una supuesta “identidad” degrada la condición ciudadana, debemos recordar las palabras del papa san Juan Pablo II, en 1968: «el mal de nuestros tiempos consiste en primer lugar en una especie de degradación, una pulverización de la singularidad fundamental de cada persona humana.» Eso sigue siendo cierto.

En Encuentro Humanista, ante el horror de la guerra, de una guerra que no sabemos ni cuándo ni cómo concluirá, pero que está poniendo en peligro el futuro del hombre, hacemos un llamado a que se remedie este abandono de lo humano, con su sensibilidad configuradora de valores culturales valiosos, en el altar del materialismo insolidario.

La cultura importa, hoy más que nunca. Sin asumirla en toda su importancia no se puede seguir hablando de desarrollo pleno, esa meta que nos sigue eludiendo a los latinoamericanos, hoy bajo liderazgos en su mayoría autocráticos, caudillistas y populistas.

Los valores de Occidente no son solo de Occidente, como no lo son los avances en materia de derechos humanos. Son universales, y avivan la esperanza del hombre -de todos los hombres- en un mundo mejor. Hay que humanizar el presente, para que por esa vía le demos chance al hoy amenazado futuro.

Hay mucha injusticia en el mundo de hoy; hay que combatirla, hay que mejorar las condiciones de vida de centenares de millones de seres humanos en el planeta; a fin de cuentas la solidaridad o la creatividad no pueden surgir de la pobreza. Hay asimismo que redibujar entonces el mapa de la conciencia y del horizonte humanistas en nuestras sociedades. No olvidemos nunca que los factores y valores  culturales influyen necesariamente sobre el comportamiento económico, y que el orden económico, si queremos que sea en verdad lo más justo y posible, deriva inevitablemente del orden moral.

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