María Alejandra Aristeguieta

 

La Unión Europea de hoy, ese proyecto político de gobernanza común en constante evolución en el que participan veintisiete naciones del continente, está sin duda inspirado en los valores establecidos en la encíclica papal de finales del siglo XIX conocida como Rerum Novarum, que a a su vez da origen a la Doctrina Social de la Iglesia.

La encíclica nace en un momento en que Europa está enfrentando grandes desafíos políticos, sociales y económicos marcados por la industrialización, la urbanización y la movilización de la clase trabajadora, y, consecuentemente de una elevada agitación social que se manifestaba en presión política. Todo ello en un continente donde coexistían una variedad de sistemas de gobierno, no poco con relativa o poca empatía por las clases más vulnerables.

Así pues, en el momento en que se publicó la encíclica Rerum Novarum en 1891, el movimiento obrero estaba experimentando un rápido crecimiento y una mayor organización en respuesta a las injusticias del sistema capitalista producto de la industrialización. Muchos trabajadores se estaban organizando en sindicatos y movimientos socialistas o comunistas para abogar por mejores condiciones laborales, salarios justos y una mayor protección social.

Pero también los movimientos socialistas y comunistas tenían como objetivo la transformación radical de la sociedad capitalista y abogaban por la abolición del sistema de propiedad privada y la redistribución de la riqueza y el poder en la sociedad como respuesta a las desigualdades y explotaciones percibidas dentro del sistema económico y social existente.

En este contexto, la Iglesia Católica decide intervenir para defender a la clase obrera, a la vez que también defiende la propiedad privada. De este modo, la encíclica abogaba por los derechos de los trabajadores y reconocía las injusticias del sistema capitalista, a la vez que buscaba ofrecer una alternativa a las soluciones propuestas por el socialismo y el comunismo, promoviendo en su lugar un enfoque de justicia social basado en los principios de la dignidad humana, el bien común y la subsidiariedad.

Frente al individualismo excesivo, que enfatizaba el beneficio personal a expensas del bien común y la solidaridad social, frente a bajos salarios, condiciones inhumanas con jornadas de trabajo excesivamente largas, proponía un enfoque más equilibrado que reconociera la importancia tanto de los derechos individuales como de las responsabilidades sociales. La Rerum Novarum abogaba por una visión más equitativa y humanitaria de la organización económica y social, que reconociera la dignidad y los derechos de todos los miembros de la sociedad.

Por otra parte, la encíclica Rerum Novarum se oponía al comunismo y al socialismo no sólo en términos de defensa de la propiedad privada, la cual consideraba un derecho legítimo, sino también un medio para proteger la libertad y la autonomía de las personas frente a la intervención estatal excesiva en la economía y la sociedad, sobre lo cual también alertaba. La encíclica promulgaba la necesaria relación de cooperación entre capital y trabajo en beneficio del bien común y el progreso de la sociedad en su conjunto, así como la promoción de principios de solidaridad y justicia social como alternativa a las ideologías colectivistas y materialistas que empezaban a permear en la clase trabajadora.

En la actualidad, más de un siglo más tarde, y a pesar de todas las críticas que pudiesen haber surgido por el papel de la Iglesia en la política, o ante la relación Iglesia-Estado, o las críticas a la intervención del Estado en la economía, o en los derechos individuales, o incluso ante la falta de
representatividad en el debate público de ciertos aspectos condicionados por consideraciones morales, podemos decir que todos los valores promovidos en la encíclica Rerum Novarum no sólo estuvieron presentes en la creación de la Comunidad Europea, sino que siguen siendo fundamentales en la orientación de la Unión Europea en su conjunto, y en sintonía con los ideales que han impulsado la integración europea, como la cooperación entre los países miembros para promover el desarrollo económico y social, la paz y la estabilidad, arraigados de esta manera en la tradición política y social de Europa, y en definitiva, como elementos importantes en la formulación de políticas tanto a nivel nacional como supranacional, y de manera transversal, más allá de las ideologías partidistas, sobre todo la demócrata cristiana o la socialdemócrata.

Sistemas de bienestar social sólidos que buscan proteger a los ciudadanos contra la pobreza, la exclusión social y la falta de acceso a servicios básicos como la salud y la educación, son una clara muestra de ello. Estos sistemas reflejan el compromiso con la justicia social y el bienestar de todos los miembros de la sociedad. Por otra parte, la solidaridad entre los países miembros de la UE es un principio fundamental que se refleja en políticas de cohesión económica y social, así como en la cooperación en áreas como la gestión de crisis, la migración y el cambio climático. La UE ha implementado programas de solidaridad financiera, como fondos de cohesión y de desarrollo regional, para apoyar a los países menos desarrollados y promover la convergencia económica y social en toda la Unión.

Asimismo, la protección de los derechos laborales y la promoción de condiciones de trabajo justas continúan siendo prioridades en muchas políticas europeas. Se han adoptado normativas y directivas para garantizar la igualdad de oportunidades, la no discriminación en el lugar de trabajo, el salario justo y el equilibrio entre la vida laboral y personal. Producto de ello, el surgimiento de una clase media más amplia en Europa ha cambiado en cierta medida el panorama social y económico, ya que ha ampliado el acceso a oportunidades económicas y sociales para un segmento más amplio de la población. Sin embargo, esto no necesariamente significa que las políticas sociales hayan perdido su relevancia o hayan dejado de estar inspiradas en valores cristianos. Al contrario, si bien es cierto que el surgimiento de una clase media más amplia ha cambiado el contexto social y económico en Europa, los valores cristianos siguen influyendo en la formulación de políticas sociales, que continúan teniendo como objetivo garantizar la justicia social y el bienestar de todos los ciudadanos, independientemente de su posición socioeconómica. Un claro ejemplo es la manera como Europa se adapta y aborda nuevos desafíos y realidades como el envejecimiento de la población o el ingreso de los jóvenes al mercado laboral, dos puntas de la vida laboral activa de los ciudadanos que resultan de particular vulnerabilidad y precariedad, y cuyas políticas siguen estando arraigadas en principios de justicia social y solidaridad, reflejando la continuidad del compromiso europeo con los valores cristianos evocados en la encíclica Rerum Novarum.

De igual forma, la preocupación por el medio ambiente y el desarrollo sostenible ha ganado importancia en la agenda política europea en las últimas décadas. La UE ha establecido objetivos ambiciosos en áreas como la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, la transición hacia energías renovables y la protección de la biodiversidad, reflejando un compromiso con el bien común y la preservación del medio ambiente para las generaciones futuras.

Finalmente, bien sabemos que el proyecto europeo se asienta en los valores de democracia y derechos humanos, y aunque la terminología específica de los derechos humanos tal como la entendemos hoy no se utiliza en la Rerum Novarum, se puede afirmar que sí sienta sus bases, puesto que muchos de los principios que promueve la encíclica son fundamentales para el desarrollo posterior de la idea de los derechos humanos, en particular, el reconocimiento de la dignidad inherente de cada persona, la necesidad de proteger los derechos básicos de los trabajadores y la importancia de la justicia social en la organización de la sociedad.